La periodista Sílvia Cóppulo se felicitaba ayer en El Periódico de que el expresidente de la Generalitat José Montilla se hubiera ofrecido a testificar a favor de Artur Mas si la querella de la Fiscalía prospera y el actual presidente acaba en el banquillo. La periodista valora en su artículo el sacrificio del expresidente al comprometerse públicamente con su sucesor porque ve en ello una expresión de la dureza del cargo y de la solidaridad que conlleva con quienes, como él, han pasado y pasan por parecidos trances —en otras palabras: valora la solidaridad de cuerpo, cuando menos del muy honorable cuerpo de presidentes y expresidentes de la Generalitat—. Pero la periodista también cree que el gesto de Montilla es positivo porque puede hacer recapacitar «a los que en España se identifican con sus posiciones» —a saber, que «Cataluña (…) no tiene ningún derecho a la autodeterminación, y que el derecho a decidir, para que exista, se tiene que haber acordado con Madrid»—. Y es que, en el fondo, lo que la periodista valora en el gesto del de Iznájar es la contradicción que supone con respecto a su forma de pensar —esto es, que alguien que no admite que pueda ejercerse un determinado derecho si no es tras acordarlo con el Gobierno del Estado salga en defensa de un representante del Estado que ha violado la ley ejerciendo ese mismo derecho y usando de la autoridad de su cargo para que un par de millones de ciudadanos cuyos asuntos tiene el deber de administrar lo ejercieran también—.

Muchos ciudadanos honrados se han escandalizado ante el comportamiento del expresidente Montilla. No les falta razón, aunque el currículo del hoy senador socialista era ya pródigo en dobleces semejantes. ¿Y el de la periodista, tal vez se pregunten? Pues no, aquí no hay doblez ninguna. Como tampoco hay, claro está, periodismo ninguno.

Dobleces catalanas

    24 de noviembre de 2014