El pasado 3 de octubre, en el turno de las intervenciones que siguieron a la concesión del XX Premio a la Tolerancia a Inger Enkvist, le preguntaron a la galardonada si veía paralelismos entre la Cataluña actual y la Alemania nazi. Y Enkvist contestó que sí, que los veía. No habló de elecciones plebiscitarias, ciertamente —tal vez porque entonces la hipótesis no estaba aún en el ambiente—. Se refirió a otro hecho que ha pasado sin duda mucho más inadvertido. Contó como el partido nazi fue creando, en años anteriores a su acceso al poder, una suerte de red institucional paralela a la ya existente. Por cada institución, del orden que fuera, en manos del Estado, el NSPD disponía de una institución idéntica. El objetivo no era otro que estar en condiciones, llegado el caso, de tomar las riendas del país con toda la maquinaria engrasada. Enkvist no lo llamó «estructuras de Estado», creo recordar, pero seguro que no le hubiera importado hacerlo. Porque de eso se trata, al cabo. De sustituir un Estado por otro. Aunque el actual sea democrático y el que está por venir y es de desear que no llegue nunca ofrezca esos tintes claramente totalitarios.
Como ustedes saben, el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, ha pedido disculpas por si ha ofendido a alguien. Disculpado queda, por más que la ofensa, en lo que a mí respecta, no la haya originado lo que dijo, sino las disculpas pedidas ahora por lo dicho hace tres días. Y es que lo dicho por Iceta, además de cierto, era pertinente. En 1933 hubo en Alemania elecciones plebiscitarias. Las convocó el canciller Adolf Hitler para noviembre de aquel año y consistieron, a un tiempo, en un plebiscito sobre la política interior y exterior del Gobierno y en unos comicios para renovar el Reichstag. La victoria del gobierno de Hitler y del partido nacionalsocialista fue en ambos casos apabullante: más de un 90% de los votos. Por supuesto, las condiciones en que se celebraron aquellas elecciones no son las mismas que se dan hoy en día en Cataluña. Pero sí lo es, por ejemplo, el uso partidista de los medios de comunicación, de la administración educativa y de cuantos resortes guardan relación con la vida institucional. Y lo es, sobre todo, el propósito: construir un nuevo país, donde el sentir y la opinión de una parte se impongan sobre los del conjunto de la población.
El pasado 3 de octubre, en el turno de las intervenciones que siguieron a la concesión del XX Premio a la Tolerancia a Inger Enkvist, le preguntaron a la galardonada si veía paralelismos entre la Cataluña actual y la Alemania nazi. Y Enkvist contestó que sí, que los veía. No habló de elecciones plebiscitarias, ciertamente —tal vez porque entonces la hipótesis no estaba aún en el ambiente—. Se refirió a otro hecho que ha pasado sin duda mucho más inadvertido. Contó como el partido nazi fue creando, en años anteriores a su acceso al poder, una suerte de red institucional paralela a la ya existente. Por cada institución, del orden que fuera, en manos del Estado, el NSPD disponía de una institución idéntica. El objetivo no era otro que estar en condiciones, llegado el caso, de tomar las riendas del país con toda la maquinaria engrasada. Enkvist no lo llamó «estructuras de Estado», creo recordar, pero seguro que no le hubiera importado hacerlo. Porque de eso se trata, al cabo. De sustituir un Estado por otro. Aunque el actual sea democrático y el que está por venir y es de desear que no llegue nunca ofrezca esos tintes claramente totalitarios.
El pasado 3 de octubre, en el turno de las intervenciones que siguieron a la concesión del XX Premio a la Tolerancia a Inger Enkvist, le preguntaron a la galardonada si veía paralelismos entre la Cataluña actual y la Alemania nazi. Y Enkvist contestó que sí, que los veía. No habló de elecciones plebiscitarias, ciertamente —tal vez porque entonces la hipótesis no estaba aún en el ambiente—. Se refirió a otro hecho que ha pasado sin duda mucho más inadvertido. Contó como el partido nazi fue creando, en años anteriores a su acceso al poder, una suerte de red institucional paralela a la ya existente. Por cada institución, del orden que fuera, en manos del Estado, el NSPD disponía de una institución idéntica. El objetivo no era otro que estar en condiciones, llegado el caso, de tomar las riendas del país con toda la maquinaria engrasada. Enkvist no lo llamó «estructuras de Estado», creo recordar, pero seguro que no le hubiera importado hacerlo. Porque de eso se trata, al cabo. De sustituir un Estado por otro. Aunque el actual sea democrático y el que está por venir y es de desear que no llegue nunca ofrezca esos tintes claramente totalitarios.