«No hay justificación posible a lo ocurrido, como no sea la de la más auténtica locura. No puede explicarse políticamente, porque para discrepar del Gobierno central y hasta para combatirlo, si lo estimaba necesario, no había ninguna necesidad de que el Gobierno autónomo se alzase en armas, pues donde precisamente los gobiernos se derriban con más facilidad es en el terreno parlamentario y con posiciones políticas, no en la calle y con barricadas anacrónicas. Tampoco la cosa tiene ni siquiera esa justificación relativa que podríamos llamar técnica revolucionaria, porque para intentar algo como lo que se pretendía hacer, es necesario contar de antemano con un mínimo de organización y con fuerzas que al menos vagamente se equilibren y puedan medirse con las que, sin duda alguna, habrá de oponer a ellas el Estado agredido. Y aquí se ha visto y demostrado que no había absolutamente nada, que faltaba todo, porque el tot o res era realmente res: nada. Pero, patrióticamente, desde el punto de vista catalán puro, eso, no sólo no tiene justificación alguna, sino que lo archijustificado es todo lo contrarío, porque los ideales y la realidad de Cataluña, iluminados por los terribles reflectores de una monstruosa incapacidad semejante, sufren en toda España, en todo el mundo y —lo que es más sensible— en el corazón mismo de un inmenso número de catalanes, una depreciación irreparable. Así como hay hombres que, en una noche de horror, encanecen súbitamente, Cataluña, con su ideal de autonomía, en la noche del 6 al 7 de octubre envejeció de manera espantosa…»

«El desastroso epílogo», nota editorial de La Vanguardia, 9-10-1934

Una depreciación irreparable

    6 de octubre de 2014