En paralelo, como es natural, Núñez siguió comprando esquinas y prestigio, mientras Pujol, aparte de presidir la Generalitat, fue —ahora lo sabemos— comprando voluntades y defraudando al fisco y a sus conciudadanos. Y tanto congeniaron, que hasta hicieron algún negocio juntos. Pero lo más importante acaso, y lo que sin duda los une, fue la impunidad con que se manejaron. Ellos y sus respectivas familias. Porque, en el nombre del padre, todos los descendientes se han visto implicados, en un grado u otro, en casos de corrupción. Claro que en eso hay diferencias notorias, aunque sean de número. Así como en el caso de los Núñez y Navarro son dos, padre e hijo, en el de los Pujol i Ferrusola son nueve, padre, madre y siete hijos. De momento, los dos primeros están a punto de ingresar en la cárcel, con condena firme. Y en cuanto a los Pujol i Ferrusola, hoy mismo han detenido a uno de los hijos, Oleguer —luego ha sido puesto en libertad con cargos—, y no hay día en que alguno de ellos o el mismísimo padre no ocupe las portadas de los periódicos, y no para bien, precisamente.
Este es el legado de esos dos catalanes casi coetáneos. Uno se apoderó de las esquinas barcelonesas. Otro del nombre de Cataluña. Y la broma ha durado 40 años.