Leyendo hoy a Joaquim Coll en El País, he pensado en muchos catalanes de mi generación o incluso mayores y en su insólito desbordamiento. Gente leída, formada, viajada, con responsabilidades familiares —para con los padres y para con los hijos—, gente con dinero en el banco, hacendada; en una palabra, gente cuyo último interés debería ser el riesgo, la aventura, y que no sólo se hallan inmersos en esa «transición nacional» diseñada por el presidente Mas, sino que van manifiestamente más allá al enrolarse en alguno de los tentáculos que la ANC tiene diseminados por todo el territorio catalán. Esos hombres desbordados, y, lo que es peor —por cuanto ello desmiente la suprema virtud que Josep Pla les reconociera en tantas ocasiones—, esas mujeres que también lo están y que hasta impulsan y encabezan la marea, constituyen para mí un verdadero misterio. ¿Han perdido el juicio? ¿Sueñan —pues la mayoría de los que conozco proceden de la izquierda antifranquista— con hacer por fin la revolución? ¿O simplemente están viviendo —ocurre a menudo con los viejos— una especie de retour d’âge que les devuelve a sus años mozos? Lo ignoro. Pero la impresión que me dan cuando les oigo o les leo o cuando me toca compartir con ellos alguna circunstancia es la de encontrarme ante un hatajo de iluminados. Lo que no resulta, sobra añadirlo, en modo alguno tranquilizador. A menos, claro, que uno también esté convencido de haber visto la luz.