Lo mejor que puede decirse de esos de la CUP es que no engañan. Tanto si vocean, con o sin sandalia de por medio, como si les da por el garabato. Ahora, tras una cincuentena de asambleas, acaban de decidir que no participarán en las europeas del 25 de mayo. Estupendo, están en su derecho —como lo están Bildu y BNG, sus compañeros de viaje peninsulares, de participar—. Pero lo interesante, más que la decisión en sí, son las razones esgrimidas. La que viene a continuación, por ejemplo, incluida en la nota de prensa emitida ayer por la formación independentista: «La Unión Europea es un espacio antidemocrático que impone la privatización de los servicios públicos, la dictadura de la deuda y la preservación de los intereses del capital y de los Estados». En esa frase está contenida toda la doctrina del nacionalismo. Por supuesto, del que encarna ERC. Pero también, hasta cierto punto, del más moderado de CIU. Al negar la Unión, esos de la CUP están negando el derecho a la delegación —la delegación hacia arriba, claro—, a la representatividad, a la democracia misma. Al tachar la Unión de antidemocrática, están anteponiendo el derecho del pueblo, de cada pueblo, como si de un cuerpo místico se tratase, al del conjunto de los ciudadanos europeos. Al rechazar la existencia misma de la Unión, rechazan la de una Europa política donde los intereses generales primen sobre los particulares. Son, por así decirlo, profundamente antieuropeos. Unos bárbaros del sur, para entendernos.