Parece mentira, pero escuchando a los Rull, Turull y Mas uno acaba sintiendo añoranza por los Roca, Cullell y Pujol —el padre. claro, antes de que fuera presa de la enajenación independentista—. Y es que estos, al menos, aderezaban sus discursos con alguna idea, con algo mínimamente racional, vinculable hasta cierto punto con la realidad. Lo de los primeros pertenece ya, por entero, al terreno del tópico y del ensueño. Ese Jordi Turull, por ejemplo, afirmando que una asociación de amigos o de boletaires tiene más libertad de expresión que el Parlamento catalán, donde él mismo ejerce de portavoz de CIU. Y afirmando —no se sabe si como amigo o como boletaire, dado que como diputado autonómico su libertad de expresión, a la vista está, se halla sensiblemente cercenada— que a su partido «no le merece ningún respeto» la sentencia del Constitucional porque está hecha por «agitadores políticos que han atizado la catalanofobia». Este es el nivel. No sé qué opinará de esa falta de respeto la magistrada Encarna Roca, cofirmante de la sentencia y, aun así, Creu de Sant Jordi y multilaureada en Cataluña y reconocida también en lo que Turull entiende por «España». Ah, y propuesta por Convergència i Unió para ocupar el cargo en el Alto Tribunal. Pero, bien mirado, lo que opine Roca, a Turull le trae sin cuidado. Él «a caçar bolets», como dicen en Cataluña. Que esta gente es capaz de encontrar setas incluso fuera de temporada.