El principal problema al que deberá enfrentarse el presidente Mas el día que en que definitivamente reconozca que la tan manida consulta no va a celebrarse es el de ese pueblo cuya voluntad ha sido frustrada. Y eso al margen de si el pueblo en cuestión equivale a un 30, a un 40, a un 50 o a un 60 por ciento de los ciudadanos de Cataluña. A medida que se va acercando la fecha del 9 de noviembre, asistimos a una progresiva movilización de los sectores soberanistas, tanto de los controlados directamente por el Gobierno como de los que dependen financieramente de él pero cuentan con un funcionamiento relativamente autónomo. Entre estos últimos está, por supuesto, la ANC y su hoja de ruta golpista. Entre los primeros, ese Consejo Escolar de Cataluña que acaba de enviar una circular a todos sus miembros en la que les aconseja «emprender las iniciativas que consideren oportunas para responsabilizar a los ciudadanos sobre el futuro de nuestro país y prestar apoyo al proceso democrático para ejercer el derecho a decidir». (Por cierto: ¡qué tufillo a moralina maestril y qué sintaxis más zarrapastrosa!) Con decir que el Consejo agrupa, entre otros, a la Generalitat, a la administración local, al profesorado sindicado y al patriarcado y matriarcado de alumnos asociado, no resulta demasiado difícil hacerse cargo de la amplitud y el grado de penetración que pueden llegar tener esas «iniciativas» de las que habla la circular. Si bien se mira, lo que está sucediendo en Cataluña —y la reciente llamada del colectivo Somescola a participar el 14 de junio en una suerte de rúa a favor de la lengua y en contra de la legalidad, va sin duda en el mismo sentido— es lo que el expresidente Pujol reclamó públicamente hace un par de meses para forzar a la UE a reconsiderar su postura respecto a Cataluña. «Mucho ruido en la calle», pidió. Y parece que Mas y los suyos le están haciendo caso.
Lo que no consta, en cambio, es que el actual presidente tenga algo previsto para el día en que los sueños empiecen a romperse. O sea, para el día de la gran frustración. Cuando uno ha echado tanta gasolina al monte, lo mínimo que cabe exigirle es un plan antiincendios.
(ABC, 22 de marzo de 2014)