(ABC, 28 de marzo de 2014)
Faltan apenas diez días para que tres diputados autonómicos catalanes de segundo nivel defiendan en el Congreso de los Diputados la cesión a la Generalitat de competencias para celebrar en Cataluña un referéndum consultivo. Y tal vez sea el momento de recordar que esa pantomima —pues de eso se trata, al cabo, dada la inutilidad del acto— no es más que el último capítulo, por el momento, de una estrategia política trazada a comienzos de la Transición por quien ya era, en aquel entonces, el líder espiritual y efectivo del nacionalismo catalán. Me refiero, por supuesto, a Jordi Pujol. Esa estrategia consistía, «grosso modo», en ir pregonando el compromiso de «Catalunya», esto es, del propio Pujol, con la gobernabilidad del Estado —y ahí estaban, para demostrarlo, sus apoyos a los distintos gobiernos de España, al margen del color político que estos tuvieran— y en irse negando al mismo tiempo y con parecida constancia a formar parte constituyente de esos gobiernos —no él, claro, sino su partido, representado por alguno de sus subalternos—. Ese doble juego, o sea, esa doblez, que no le impidió ser tenido en la capital del Reino por un gran estadista y ser reconocido incluso como «español del año», duró lo que duró él mismo en la presidencia del Gobierno catalán. Es decir, cerca de un cuarto de siglo. Ahora llevamos ya una larga década instalados en sus escurriduras, esperando a que alguien con un poco de determinación venga a fregar el suelo. En todo caso, no conviene, por falso y por injusto, separar un periodo de otro. Esas escurriduras pertenecen a aquella permanente y ominosa deslealtad. Y coinciden en el tiempo, por cierto, con la reedición de un libro que el propio Pujol ha considerado siempre vital en su formación, «Notícia de Catalunya», de Jaume Vicens Vives. Un libro publicado hace más de medio siglo donde puede leerse, aunque parezca mentira, la siguiente advertencia: «Hay que decir que [los catalanes] hemos pagado a alto precio este anacronismo político, orientado por un lado a menospreciar el Estado y por el otro a atizarlo continuamente con nuestras críticas, sin intentar una labor de profunda infiltración en sus puestos de mando».
(ABC, 28 de marzo de 2014)
(ABC, 28 de marzo de 2014)