Los nacionalistas, al igual que los economistas, consideran que para la buena marcha de las cosas un punto de inflación es necesario. Bueno, los nacionalistas no se conforman nunca con un punto, sino que detrás de uno viene otro, y otro, y otro. Pero, por lo general, se guardan muy mucho de que la inflación alcance tal grado que se desboque, no vaya a suceder que el desparrame subsiguiente los arrastre también a ellos. Me refiero, por supuesto, a la inflación nacional. O sea, en especies, por más que esas especies acostumbren a generarles, a los nacionalistas, copiosos dividendos. Una de ellas es la televisión. Es decir, TV3 en Cataluña. A juzgar por los datos de audiencia, su éxito, su liderazgo, están fuera de toda duda. O no. Porque hoy hemos sabido que ese éxito y ese liderazgo se basan en un sistema de medición no representativo, esto es, erróneo, inflado, falso. Que en una población como la catalana —con un porcentaje de ciudadanos generalmente castellanohablantes diez puntos superior al de los generalmente catalanohablantes— un 87% de los audímetros esté en hogares donde se habla sobre todo catalán es un contrasentido que clama al cielo. Y aunque la empresa dedicada a esos asuntos tiene, al parecer, la intención de corregirlo, el ajuste no dejará en ningún caso el porcentaje por debajo del 75%, por lo que los catalanohablantes seguirán estando generosamente sobrerrepresentados.

Así las cosas, es posible que TV3 pierda su liderazgo en Cataluña en próximas mediciones de audiencia. Pero ello no impedirá que continúe beneficiándose de la inflación nacionalista. Al fin y al cabo, esa inflación es ya estructural, congénita. Hasta el punto de que muchos no nacionalistas suelen darla por buena. Y así les ha ido y nos ha ido, por cierto.

La inflación nacionalista

    15 de enero de 2014