El consejero de Empresa y Ocupación de la Generalitat catalana, Felip Puig, pidió anteayer al Gobierno de España que se quite de en medio, porque, a su juicio, cada vez que trata de intervenir en Cataluña empeora las cosas. Muy ocurrente, el consejero. Sobre todo teniendo en cuenta que si algo puede reprocharse al Gobierno de España es, precisamente, el haberse abstenido de intervenir en Cataluña desde que Mas se volvió levantisco. Pero Puig, claro está, no se conforma siquiera con la inacción. Quiere que el Ejecutivo de Mariano Rajoy se eche atrás y deje de «oprimir» al pueblo catalán. Coherente con el cambio de rumbo preconizado por el Consejo Asesor para la Transición Nacional, el recurso al «España nos roba» ha sido sustituido por la petición de libertad. ¿Libertad para qué?, acaso se pregunte el lector. Pues para «intentar ser un país normal», contesta el consejero, lo que viene a significar, aunque él no llegue a formularlo, «para independizarnos de España».

La apelación a la normalidad tiene un largo recorrido en el ideario nacionalista y está directamente vinculada a la lengua. La normalización lingüística ha sido durante casi siete lustros un instrumento extraordinario de propaganda y denuncia. Normalizar supone reparar algo, regularizarlo, volverlo normal. Presupone, pues, una anomalía de base y, en último término, un estadio ideal al que aspirar. En el caso del catalán, la evidencia del fracaso en el intento de sustituir el castellano como lengua de relación mayoritaria entre la población, lejos de producir desistimiento en los rectores del nacionalismo, se convierte en acicate. Y, por supuesto, en excusa. Algo así como la normalización permanente, a semejanza de aquella revolución de nuestros años jóvenes. Y ahora ya no se trata sólo de la lengua, sino del país entero. Pero el razonamiento es el mismo y no tiene, ni tendrá nunca, fin. Por eso algunos consideramos que, aunque no vaya a arreglar gran cosa, una temporadita de ayuno –en la forma que más convenga: retirada de competencias o suspensión incluso de autonomía– no le vendría nada mal al nacionalismo. Así sabría qué es un país normal.

(ABC, 4 de enero de 2014)

Un país normal

    4 de enero de 2014