Sin embargo, la primera de esas instituciones es también un trastero. Un trastero para disidentes. Allí se guardan los ejemplares que por una u otra razón se han alejado a propósito de lo que ahora se lleva o, si lo prefieren, de lo que se conoce como línea oficial del partido. Es posible que, con el tiempo, esos rebeldes vayan asimilándose al resto de la manada y terminen sus días políticos en el camposanto elefantino. Pero también puede suceder que aprovechen el tiempo libre que les deja su asiento en Europa para intervenir, aunque sea sobre todo de palabra, en la política nacional. Al margen de lo que dicta el partido, claro. Y, por supuesto, con su consentimiento, por más que ese consentimiento esconda a menudo una carga considerable de resignación. Fue el caso de Rosa Díez. Y es ahora el de Alejo Vidal-Quadras. Después de unos cuantos años de ejercer de Pepito Grillo de sus respectivos partidos, ambos han abandonado el trastero y han vuelto al ruedo nacional. Pero en otras siglas, hechas por lo demás a su imagen y semejanza. Ya hemos visto hasta qué punto la irrupción de UPyD en la escena política española ha erosionado al antiguo partido de Díez —y no sólo a este—. Habrá que ver qué deterioro produce ahora la aparición de Vox en la formación donde militaba hasta ayer mismo Vidal-Quadras —y no sólo en esta—.
En todo caso, lo verdaderamente paradójico de ese trastero europeo es que lo hayan mantenido y auspiciado los propios partidos que han salido o van a salir perjudicados por su existencia. Más les hubiera valido quitarse de encima a sus disidentes de buenas a primeras. Así, al menos, se habrían ahorrado el posterior bochorno.