Me lo decía un amigo que vive y trabaja en Cataluña: la perdida de todo sentido moral es cada vez más escandalosa. Lo decía a propósito de la reacción suscitada por la enfermedad de un compañero de trabajo, pero su comentario puede hacerse extensivo al conjunto de la sociedad catalana. Empezando, claro está, por el principal culpable de ese estado de cosas, el presidente Artur Mas. Su respuesta de ayer acusando al ministro del Interior de practicar «la guerra sucia» y de no haber «superado los demonios de las luchas fratricidas» por haber declarado, hará cosa de un mes, que iniciativas como el simposio España contra Cataluña provocan una fractura social y familiar, constituye un ejemplo de esa deriva. Es posible que la familia Mas-Rakosnik no haya percibido cambio alguno desde el 11 de septiembre de 2012. Ni entre sus allegados, ni entre sus conocidos y saludados. Pero la sociedad catalana es bastante más que TV3, con sus mapas troquelados, y, en general, que la burbuja del nacionalismo. Y el presidente Mas, si no ha perdido totalmente la razón, debe saberlo. Como debe saber que el berenjenal en que se ha metido y en que ha metido a todos los españoles, empezando por los catalanes, está causando desde hace tiempo toda clase de tensiones, rencillas y enfrentamientos. Y, por lo tanto, fracturas, sociales y familiares. No estamos en los años treinta del pasado siglo y nadie saldrá, por suerte, a la calle a pegar tiros. Pero hay otras formas de violencia. Pretender que todo esto forma parte de la lógica política y es, pues, inofensivo resulta de una amoralidad insultante.