Jordi Pujol, a través de esa fundación que lleva su nombre y que sufragamos entre todos, escribe editoriales en los que destila lo que se supone que es su pensamiento. En el más
reciente de ellos, titulado «Europa y Cataluña. Que si entramos o que si no entramos», el expresidente de la Generalitat analiza las dificultades que encuentra el actual Gobierno autonómico catalán para hacerse oír en las altas esferas de la Unión y de los principales Estados que la integran. Y llega a la conclusión de que el silencio o la frialdad con que son acogidas sus peticiones de apoyo a la celebración de una consulta no deberían extrañar a nadie, pues Europa no puede responder de otro modo. Aun así, lejos de pedirle a su pupilo Mas que arroje la toalla, Pujol recomienda sin ambages intensificar la política de «agitprop», porque «Europa tan sólo abrirá la ventana si escucha mucho ruido en la calle». Lo que leen. Como las instituciones europeas y los gobiernos de los Estados miembros no están por la labor de hacernos caso, vamos a convencerlas sacando a la gente a pasear, a encadenarse o a saltar la comba, si se tercia. Muy propio de un demócrata. Y es que lo que Pujol no acepta de ninguna de las maneras es quedarse fuera de Europa. ¿Por qué? No por razones políticas, ni económicas, ni culturales. No, eso no tiene importancia alguna. Lo importante es la genética. Según él, Europa está en el ADN de Cataluña. Sí, igual que la lengua catalana, al decir de otro expresidente. De ahí que resulte inconcebible, absolutamente contra natura, imaginar a Cataluña fuera de la Unión. En apoyo de tan peregrino argumento, Pujol recuerda que estuvo en Aquisgrán en 1985, en tanto que presidente de la Generalitat, para celebrar el ingreso de España en la entonces Comunidad Económica Europea —viaje en que, como
relató en su momento el periodista Arcadi Espada, Pujol se sumió en las profundidades de una taberna mientras su mujer aprovechaba para comprar semillas—. Y eso es todo.
Pero ya les advierto que al final Pujol va a tener razón. Como no habrá consulta, Cataluña seguirá en Europa y el hombre podrá achacarlo, con su sonrisita de conejo, al dichoso ADN.
(ABC, 11 de enero de 2014)