Sostiene Guillermo del Valle, en relación con el partido que se está gestando a partir del think tank El Jacobino, del cual es portavoz, que no le parece inteligente “reproducir un Ciudadanos 2.0, que nació como un partido de centro izquierda en Cataluña, pero que en su expansión nacional emborronó eso” (El Mundo, 24 de diciembre). Como algo sé del asunto, creo que sus palabras precisan de alguna acotación.
Estoy de acuerdo en que no sería inteligente reproducir una nueva versión de Ciudadanos. Pero no por la razón que aduce Del Valle, sino porque las circunstancias, casi veinte años más tarde, son muy otras. Aquel Ciudadanos nació, en efecto, en Cataluña, pero no lo hizo, por más que siga habiendo quien insista en ello, como un partido de centro izquierda. Ya desde el manifiesto fundacional quedó plasmada la voluntad de que la formación tuviera un ideario no estrictamente socialdemócrata y abarcara también el centro derecha liberal. El propósito de restituir el principio de realidad que el nacionalismo hegemónico había hurtado a los ciudadanos de Cataluña, con el beneplácito interesado de los dos grandes partidos nacionales, iba más allá del empeño de intentar resucitar el espíritu de la vieja federación del PSOE, disuelto en el catalanismo del PSC; apuntaba asimismo al votante de un Partido Popular al que la defenestración de Aleix Vidal-Quadras había privado de su máxima figura en la lucha contra el nacionalismo pujolista. Y es justamente esa expansión bifronte la clave de su éxito en las autonómicas de 2006, cuando logró que, por primera vez desde 1984, una fuerza política de nuevo cuño estuviera representada en la Cámara regional y con un discurso nítidamente antinacionalista.
Sirva para apuntalar esa tesis una anécdota de cosecha propia. En el año que transcurrió entre la publicación del manifiesto y el congreso fundacional del partido algunos de los quince primeros firmantes tuvimos distintos encuentros con las llamadas fuerzas vivas del lugar, a instancias casi siempre de estas últimas. Una de esas reuniones –una cena, en concreto, a la que asistí– fue con el propio presidente del PP catalán, el malogrado Josep Piqué. Pues bien, el encuentro, pronto se vio, tenía un único objetivo: convencernos de desistir de nuestro propósito de fundar un partido. Según las encuestas que manejaban –esto nos trasladó, al menos, el propio Piqué– no íbamos a sacar representación y ellos, encima, saldrían lastimados. En lo segundo llevaba razón: el PP perdió un escaño y la cuarta parte de los votos. No así en lo primero, como se ha dicho, aunque el objetivo se lograra por los pelos.
Es cierto que luego, a partir de su segundo congreso, Ciudadanos se decantó de forma más clara hacia el centro izquierda. Pero su pervivencia y posterior crecimiento parlamentario tuvo poco que ver con la adscripción ideológica y mucho que ver, en cambio, con la lucha sin tregua contra el nacionalismo –sin olvidar, claro está, los méritos atesorados por su líder de entonces–. Lo que sí resulta indudable es que su expansión nacional, como afirma Del Valle, se hizo gracias sobre todo al voto de centro derecha –lo que yo ya no sabría decir es si esto emborronó o no lo anterior–.
Sea como sea, insisto en que me parece acertada la idea de no intentar emular a día de hoy lo que fue la fundación de Ciudadanos. En primer lugar, porque Ciudadanos todavía existe, aun cuando su presencia y actividad en Cataluña –otra cosa es en el Parlamento Europeo– se asemeje cada vez más a las de los famosos aldeanos de Astérix y compañía. Luego, porque el espacio que llegó a ocupar en sus mejores momentos está hoy ocupado por el PP y por Vox, y en mucha menor medida por el PSOE. Y luego, en fin, porque lo que termine dando de sí eso que hoy se conoce como El Jacobino no nace en Cataluña y como una réplica al nacionalismo, sino en el conjunto de España y como una réplica al partido hasta hoy hegemónico de la izquierda, al que pronto ya no conocerán ni los que aún le votan.
Y, así las cosas –y no de otro modo–, bienvenido sea, si cuaja, este nuevo partido y ojalá la suerte no le sea esquiva.