Parece que la legislatura que arranca va a ser de alto perfil político. Antes incluso de que Pedro Sánchez lo proclamara en su alocución del lunes al dar a conocer la alineación del flamante ejecutivo, sus voceros monclovitas ya deslizaban que esta sería una de las principales novedades del nuevo gobierno. (La otra, la reducción de carteras, debe de haber quedado para mejor ocasión.) Es verdad que una cosa es la legislatura y otra el gobierno. Pero, aun así, tratándose como se trata de un gabinete en que el ministro de la Presidencia lo es a su vez de Relaciones con las Cortes y de Justicia, convendrán conmigo en que ya son ganas intentar separar los poderes. Tanto más cuando resulta que el nuevo letrado mayor del Congreso que ha dado vía libre a la ley de amnistía procede de la órbita gubernamental y cuando la Mesa de la Cámara ha tomado la decisión de postergar hasta el 13 de diciembre la primera sesión de control al Gobierno. Un tres en uno donde el uno, por si hay que precisarlo, es el poder ejecutivo presidido por Pedro Sánchez.
Yo no sé, la verdad, qué significa “alto perfil político”. Supongo que perfil político se contrapone a perfil técnico del mismo modo que ministro con carné del partido se contrapone a ministro carente de él –pero no de una manifiesta afinidad partidista, claro– y cuyo mayor atributo es su condición de experto en un área determinada. ¿Y “alto”? Bueno, al margen del énfasis con que cualquier político acostumbra a vender su mercancía, no hay duda de que el adjetivo alude a un presunto acrecentamiento. O sea, más político de lo que ya era el ejecutivo anterior. Cualquiera que eche una ojeada a los ministros presentes y los compare con los que han estado en funciones hasta anteayer mismo verá que no existen grandes diferencias, por no decir ninguna, en cuanto al peso de lo político en relación con lo técnico. Y en lo relativo al voltaje de los supuestamente políticos, los exégetas del sanchismo sostienen que, además de Félix Bolaños –a quien sólo falta, en puridad, el marbete de ministro de Relaciones con el Separatismo–, se concreta, de un lado, en el ascenso de la vicesecretaria general del PSOE María Jesús Montero de la cartera de Hacienda a –sin perder la cartera– la cuarta vicepresidencia del Gobierno, y, de otro, en la asunción por parte de la portavoz de la formación y actual ministra de Educación Pilar Alegría de las competencias de Deporte y de la propia portavocía del Gobierno. Así las cosas, la aleación entre el partido y el ejecutivo ha sufrido un incremento notorio. Y ello, sin duda alguna, para fomentar un frentismo basado en la satanización del enemigo, o sea, la derecha entera, con aquel viejo eslogan socialista del “si tú te vas, ellos vuelven” como única bandera.
Permítanme, sin embargo, aludir a otra característica del nuevo Gobierno que lo vuelve también mucho más político –entiéndase, mucho más sectario– que el que lo ha precedido. El flamante Ministerio de Infancia y Juventud y el perfil de su titular, Sira Rego, una comunista convencida –su defensa cerrada de Lenin en los debates públicos lo atestigua– hija de padre palestino y defensora de Hamás –el mismo 7 de octubre justificaba los atentados terroristas y días más tarde, en su condición de eurodiputada, votaba en contra de la condena de la masacre por parte del Parlamento Europeo–, van mucho más allá, en su trascendencia, de la que se derivaría de la simple creación de un ministerio con esas competencias. El Ministerio de Infancia y Juventud –de donde quizá salga algún día una nueva propuesta, aunque esta vez desde el Gobierno, para ampliar el derecho al voto hasta los dieciséis años– hay que ponerlo en correlación con el de Educación, de cuya titular ya conocemos los atributos, si así puede llamárseles, y con el de Ciencia y Universidades, a cuyo frente se halla Diana Morant, la socialista que el día de la Constitución de las Cortes Valencianas, el pasado 26 de junio, arengó puño en alto a las feministas que protestaban a las puertas de la institución porque la presidencia de la Cámara iba a ser ocupada por una diputada de Vox.
Dicha continuidad desde la más tierna infancia hasta el término de la educación superior, en lo que a ideario se refiere, constituye también una expresión del “alto perfil político” a que aludía el presidente Sánchez. Una ley educativa que ya casi ha vaciado por completo de conocimiento los currículos de la enseñanza obligatoria y postobligatoria para irlos llenando de pedagogismo e ideología, y el refuerzo de la figura de Alegría y los nombramientos de Rego y Morant –al que podríamos añadir en Cultura el de Ernest Urtasun, que compartió con Rego en el Parlamento Europeo su voto negativo a la condena de Hamás– no permiten augurar, dados los antecedentes de todos ellos, sino la aceleración del proceso de degradación de la educación de este país. O sea, la degradación misma del país. Pues este y no otro es el objetivo de quien hoy preside el Gobierno y está dispuesto a todo con tal de conservar el poder.