Gabriel Attal, ministro de Educación francés, anunció el pasado 5 de diciembre una serie de medidas de cara al próximo curso que van a suponer, si terminan aplicándose, una verdadera convulsión en el sistema educativo del país vecino. De hecho, ya a comienzos del presente curso el ministro avisó de por dónde irían los tiros. El principal objetivo de su futura reforma, sostuvo, era elevar el nivel del alumnado en todas las etapas educativas. Que el anuncio concreto de las medidas dos meses más tarde viniera a coincidir con la difusión de los resultados del informe PISA de 2022, los cuales reflejan un bajón considerable de los jóvenes quinceañeros franceses en comprensión lectora y en matemáticas, no puede considerarse, pues, una reacción a los resultados, sino más bien la confirmación de que el propósito ministerial de comienzos del curso escolar era de todo punto ajustado a los hechos.

Pero la convulsión en el sistema a la que me refería al principio tiene que ver con la naturaleza de las medidas contempladas. Ahí van las más singulares. El ministro, consciente de que el reto de aumentar los saberes debe afrontarse ya desde Primaria, propone la adopción del método de Singapur para las matemáticas adelantando por ejemplo el aprendizaje de los quebrados y los números decimales al primer curso de Primaria. También preconiza –y lo traducirá en un decreto durante el primer trimestre de 2024– que la última palabra sobre la repetición de curso corresponda al equipo pedagógico del centro en vez de a los padres del alumno en cuestión, como hasta ahora. Y entre sus objetivos figura igualmente el de homogeneizar y supervisar los contenidos de los libros de texto. 

Pero acaso lo más llamativo sean las medidas propuestas para la etapa del Collège, equivalente, año más, año menos, a lo que aquí conocemos como ESO. Attal ha anunciado que a partir del próximo curso empezará la implantación de grupos de nivel en matemáticas y lengua. En otras palabras, los alumnos serán separados –segregados, dirían nuestros renovadores pedagógicos– según el nivel acreditado, con la particularidad de que aquellos a los que corresponda el nivel inferior formarán parte de un grupo más reducido a fin de recibir una atención más personalizada. La mayoría de los sindicatos docentes ya se han apresurado a manifestar su disconformidad con la medida apelando a la presunta estigmatización de los alumnos afectados, lo que confirma que su mayor preocupación –lo mismo ocurre, claro, con los sindicatos de por aquí– no es tanto el nivel de conocimiento de los alumnos como razones de índole moral, cuando no estrictamente ideológicas, cuya pertinencia, por lo demás, está por demostrar.

Y, junto a esa disposición, el ministro también pretende conferir a la prueba de final de etapa –o sea, previa a la entrada en el Lycée, equivalente a nuestro Bachillerato, pero con tres cursos en vez de dos– carácter selectivo, en la medida en que aquel alumno que quiera acceder al Lycée deberá necesariamente superarla. Como deberá superar el ya tradicional Bac si desea obtener el título de Bachillerato.

Los conocedores de la legislación educativa en España se habrán percatado, sin duda, de los muchos parecidos entre, de un lado, el modelo de Attal y, de otro, las reformas que tanto la Lomce como antes la Loce introdujeron en la Loe y la Logse, respectivamente, sin que diera tiempo a sus promotores, sobre todo en el caso de la Loce, a ponerlas en práctica. Aparte de los vaivenes electorales, las movilizaciones del conglomerado granítico formado por los partidos de izquierda y nacionalistas, los principales sindicatos docentes y estudiantiles y las asociaciones de padres de ideologías afines lo impidieron en las calles y en los propios centros, haciendo bueno el lema “La escuela es nuestra” y nada más que suya. Las del modelo de Attal, que siguen a las del también ministro Blanquer, cuentan con el aval del presidente de la República, Emmanuel Macron. Un apoyo mucho más estimable, al cabo, por el rango de quien lo presta y la duración de sus dos mandatos presidenciales, que el de los gobiernos del Partido Popular que promovieron ambas leyes.
 
Claro que todo dependerá al final del profesorado. Así lo reconoce el propio ministro Attal. ¿Serán capaces los profesores franceses de romper la correa de transmisión ideológica del lobby educativo, no muy distinto del nuestro, y actuar en beneficio de la transmisión y asimilación del conocimiento, al margen de sectarismos y adoctrinamientos de toda clase? En 1988, Jean-François Revel publicó un libro fundamental, La connaissance inutile (existe una reedición reciente en español, El conocimiento inútil, Página Indómita, 2022), donde analizaba, entre otras muchas cuestiones, la penetración de la ideología en las aulas a lo largo del siglo XX y, en particular, en aquella década de los ochenta. El capítulo en cuestión se titulaba “La traición de los profes” y anticipaba lo que iba a ocurrir en España dos años más tarde a raíz de la aprobación de la Logse. De entonces acá, la realidad educativa española ha ido empeorando a marchas forzadas, ante la indiferencia y la apatía de nuestros gobernantes; baste ver cómo han reaccionado tras hacerse públicos los resultados de PISA. ¿Tendrán más suerte las nuevas generaciones francesas, que al fin y al cabo cuentan con un sustrato cultural y educativo bastante más sólido que el nuestro? ¿Volverán a traicionarles sus profes? Si se tratara de los de aquí, y con la honrosa y meritoria excepción de algunos valientes, poco cabría esperar.

¿Otra traición de los profes?

    13 de diciembre de 2023