Sigo con gran interés, no exento de cierta morbosidad, el salto a la política de actores, catedráticos de universidad, escritores y presentadores televisivos. No se trata de un fenómeno masivo, pero sí lo suficientemente importante como para prestarle la debida atención. Les recuerdo los nombres: Ángel Gabilondo, Luis García Montero, Alberto San Juan, Juanjo Puigcorbé, Ángeles Caso, Fernando Delgado, etc. En los primeros años de nuestra democracia resultaba habitual que los partidos políticos, en especial los de izquierdas, trufaran sus listas electorales con personajes más o menos ilustres procedentes de la llamada sociedad civil. Independientes, los llamaban. Solían ir en puestos de cabeza, donde se les viera, pero sin que una tal posición entrañara generalmente responsabilidad alguna en las tareas parlamentarias o ejecutivas de la formación en la que aparecían encuadrados. Su función era la de florero, y lo más a que podían aspirar era a que les cambiaran el agua de tarde en tarde. Pero, a medida que la política fue profesionalizándose, los llamados independientes empezaron a estorbar. Para los aparatos de los partidos, constituían una suerte de bomba de relojería. Su independencia de criterio y de acción —de haberla, claro— contrastaba con la bien remunerada sumisión de cargos y militantes. Puede que el caso del juez Baltasar Garzón, número 2 de la lista del PSOE por Madrid en las generales de 1993, detrás de Felipe González, fuera el punto culminante y sin retorno de esa desafección. Por lo demás, el propio partido ya había vivido años antes con el ministro de Cultura Semprún un conflicto análogo, maravillosamente narrado por su protagonista en las páginas de Federico Sánchez se despide de ustedes.

Y ahora, coincidiendo con la crisis de los partidos y de los políticos, esas figuras de la sociedad civil han reaparecido. Pero a menudo no ya como simple ornato, sino como válvula de salvación. Es el caso de Gabilondo y García Montero, candidatos de PSOE e IU, respectivamente, a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Y, según cuenta hoy María Jesús Cañizares en Abc, podría ser también el de aquel o aquella a quien el PSC ofrezca la primera plaza de su lista en las autonómicas catalanas, previstas, si nada lo remedia, para el próximo 27 de septiembre. Aquí el problema, ya lo adivinan, no es tanto l’embarras du choix como la falta de hipotéticos candidatos. Y es que el irrefrenable desmembramiento del partido ha ido acompañado de la imparable deserción de sus compañeros de viaje. O han cambiado de bandera, o han hecho mutis por el foro. Años atrás el PSC aún podría haber echado mano de ese hombre bueno llamado Josep Maria Castellet. Pero Castellet ya no es de este mundo. Claro que, bien mirado, el partido tampoco. Y, así las cosas, ¿qué mejor que un fantasma para encabezar la lista de un partido que ha alcanzado ya un estado parecido?

El fantasma de Castellet

    30 de marzo de 2015