El candidato de UPyD a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Martín de la Herrán, declaró ayer por la noche, tras conocer los resultados electorales, que los comicios los habían «ganado los partidos de la corrupción y no quien la había combatido». Es una forma de ver las cosas. No hay duda que PSOE y PP son partidos manchados por la corrupción, pero sólo el primero ha ganado las elecciones. Y en cuanto a quienes la han combatido, parece algo pretencioso arrogarse en exclusiva el papel, por más que este haya sido el lema de campaña de UPyD. ¿Acaso no la han combatido también Podemos y Ciudadanos? Por lo demás, hay otra forma de entender los resultados. El PSOE de Susana Díaz ha perdido 120.000 votos con respecto a las autonómicas de 2012, pero ha conservado sus escaños y la posibilidad de seguir gobernando la Comunidad. No es el caso del PP, que se ha dejado en el camino medio millón de votos. Ni el de Izquierda Unida, que ha perdido 160.000. Ni, por supuesto, el de UPyD, que ha perdido 53.000, el 40% de los que tenía. Semejante resultado debería llevar a la dirección del partido —no a la dirección andaluza, sino a la nacional— a una profunda reflexión, tanto más cuanto que Ciudadanos, el partido con el que no quisieron ir al baile, ha obtenido cerca de 300.000 votos más, lo que se ha traducido en 9 escaños por ninguno de UPyD. Y tanto más aún cuanto que una coalición de Ciudadanos y UPyD habría logrado por lo menos 12 escaños —que podrían incluso haberse incrementado hasta alcanzar los 15 de Podemos por el efecto multiplicador del voto que suelen producir tales alianzas—. Sí, ya sé que la dirección y el aparato de UPyD tienen a gala proclamar que ellos y Ciudadanos no son lo mismo. Pero la realidad demuestra que cada vez son menos, incluso en UPyD, quienes se lo creen.

Ayer por la noche Rosa Díez cerraba su cuenta de twitter con una cita de Winston Churchill: «El éxito no es definitivo; el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar». Cierto. Pero esto no es exactamente una guerra —excepto quizá en el imaginario de quienes dirigen ese partido—. Aunque un fracaso electoral no sea necesariamente fatídico, si a ese fracaso se le suman, dentro de un par de meses, unos cuantos más es probable que a nadie le quede ya entonces valor para continuar. A pesar de Churchill.

A pesar de Churchill

    23 de marzo de 2015