Ha dicho Rajoy esta mañana en Onda Cero, en relación con la política catalana y los delirios nacionalistas, que «las cosas están más serenas que hace un año». Y hasta ha augurado que «dentro de un año las cosas estarán más tranquilas que hoy». Por supuesto, cuando uno ha entrado en campaña todo el monte es orégano. O lo parece. Si a un político, llegada la hora de gobernar, no le comprometen ya los programas electorales —y el presidente del Gobierno es un buen ejemplo de ello—, ¿cómo va a comprometerle un simple pronóstico? Que las cosas, en Cataluña, están más serenas que hace un año es indiscutible. Pero, ¿qué nos permite pensar que aún lo estarán más en marzo de 2016? Nada, por supuesto. La sucesión de convocatorias electorales lo mismo puede sumir al soberanismo en una depresión profunda que desatar una euforia desenfrenada entre sus adeptos —no olviden que los catalanes son de un sentimentalismo atroz—. Todo dependerá, al cabo, de los resultados y, en especial, de los de las autonómicas catalanas y las generales.

Distinto es que Rajoy desee lo que pronostica. Yo también lo deseo, sólo que por otras razones. Y es que las de Rajoy están mucho más cerca, me temo, de su interés como gobernante que de cualquier otra circunstancia. Esa tranquilidad con la que sueña significaría que Mas ha perdido su presidencia mientras que él ha conservado la suya. Es decir, significaría que los populismos que nos acechan —el secesionismo catalán y el chavismo español— no se habrían salido con la suya. Lástima que los sueños, sueños sean.

El presidente pronostica

    16 de marzo de 2015