(Crónica Global)
La lectura matutina de la prensa tiene esas cosas. Uno conecta, vincula, relaciona una pieza con otra, ya sean noticias, artículos de opinión o, como en las tiendas de ropa, meros complementos. Ayer, por ejemplo, empecé la jornada ojeando la información sobre el enésimo episodio de la familia Pujol para, a continuación —era martes—, enfrentarme a la columna de Arcadi Espada. Espada no hablaba de Pujol, sino de Judith Rich Harris y de su último libro, No hay dos iguales. Aún no he tenido ocasión de leerlo, pero sí leí hace años El mito de la educación, cuya principal tesis, como recordaba el propio columnista, es que «la personalidad del adulto la deciden la biología y la influencia del grupo» —del grupo de ese adulto cuando era niño y adolescente— y no la educación paterna. Esa revelación de Rich Harris, tan políticamente incorrecta y a un tiempo tan convincente tras la lectura de su obra, ha permitido a muchos padres ya granados rebajar su grado de responsabilidad, o incluso de culpa, ante la evidencia de que sus vástagos no se parecen en nada a lo que ellos habían soñado que serían.
Tras esa incursión en la parcela opinativa, regresé a la información sobre los Pujol, protagonistas de nuevo, gracias a las comparecencias de tres de los hijos, de esa comisión de presunta investigación creada por el Parlamento de Cataluña. Y leyendo sus declaraciones, y recordando las de papá, mamá y el primogénito de la semana anterior, no pude por menos de preguntarme qué conclusiones sacaría Rich Harris de una familia como esta. Me refiero a qué conclusiones sacaría en lo referente a la formación de la personalidad de los siete hijos. Por supuesto, no le bastaría con las declaraciones; debería recabar más datos, y en particular los relacionados con sus años más jóvenes. Pero, aun admitiendo que su información fuera insuficiente, seguro que podría aventurar alguna hipótesis con respecto al objeto de estudio y a la influencia que los distintos factores en liza —biología, influjo grupal, educación familiar— hayan podido ejercer sobre cada uno de los hijos.
Vayamos por partes. Y empecemos, si les parece, por la biología. A juzgar por las manifestaciones de los interfectos, los hay más expansivos y más recatados —sus progenitores se incluirían, claro, en la primera de las categorías—. Aunque, en vez de expansivos, acaso habría que calificarles de arrogantes, a tenor de su reacción cuando el interlocutor —sea periodista, sea diputado— se atreve a pedirles explicaciones de sus actos. Es verdad que la arrogancia en cuestión, y sería injusto no reconocerlo, se ve muy favorecida por la actitud, sumisa y vacilante, del interlocutor. Pero haberla, hayla. Del mismo modo que existe una inmoralidad compartida entre padres e hijos, en lo que concierne a sus deberes como ciudadanos, inmoralidad que tal vez arranque ya, por lo sabido, de uno de los abuelos.
Y ahora el influjo grupal. Es evidente que todos los Pujol Ferrusola crecieron en un mismo ambiente, el de la Cataluña burguesa y nacionalista. Desde la cuna y, como mínimo, hasta la edad adulta. En esos años propiamente formativos, sus compañeros de pupitre y sus amistades más duraderas debieron de pertenecer en su gran mayoría a este mismo círculo, a esa misma placenta ideológica, lo que sin duda les imprimió carácter. Como debió de imprimírselo el ser quien eran. Hijos de papá, y no de un papá cualquiera. Admirados, por tanto, y también temidos, hasta el punto de que no había puerta oficial o empresarial que se les cerrase. Frente a eso, ¿podía una educación familiar haberlos moldeado de otro modo, contradecir, en definitiva, las tesis de Rich Harris? Nunca lo sabremos, por cuanto todo indica que la educación que recibieron en casa no hizo sino reforzar esos rasgos dominantes. Una educación limitada a la madre, eso sí, dado que el patriarca vivía entregado desde su juventud a la política y, en lo tocante a los hijos, practicaba un cómodo y, por otra parte, inevitable laissez faire, laissez passer. Así pues, y volviendo a la columna de Espada, si «para la abrumadora mayoría de hombres la obra de su vida son sus hijos», no hay duda de que el matrimonio Pujol-Ferrusola puede sentirse a estas alturas, ni que sea en parte, razonablemente satisfecho.
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