Pues no. O, en todo caso, eso debía ser antes de la tragedia. O sea, de la revolución pedagógica. Desde el advenimiento de la LOGSE (1990), e incluso desde la LODE misma (1985), todo es educación y nada es enseñanza. Sobre todo en los niveles donde el maestro ejerce su ley. De resultas de ello, lo que los pedagogos llaman sin rubor alguno «segmento de ocio» y que el común de la gente conoce como «recreo» o como «patio», difiere más bien poco de lo que siempre se ha llamado «la clase». Es más, en Cataluña, ese batiburrillo educativo ha facilitado enormemente la generalización impositiva del monolingüismo en el conjunto del recinto escolar, recreo incluido, tal y como rezaba aquella circular del Departamento de 2004: «No basta con que toda la enseñanza se haga en catalán: debemos recuperar el patio, el pasillo, el entorno». Dados los precedentes, me parece muy bien que los autos y las sentencias vayan poniendo las cosas en su sitio. Pero que nadie se rasgue ahora las vestiduras. Hace mucho tiempo que el barco zozobra. Y es lícito imaginar que ya nada ni nadie podrá reflotarlo.
Veo a la llamada prensa de referencia y a sus innúmeros opinadores bastante escandalizados con la revelación de que la Generalitat catalana computa la hora de recreo de sus centros de enseñanza como hora educativa. La revelación proviene de un auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) que desestima el recurso del Departamento de Educación contra una sentencia del propio TSJC de diciembre pasado en la que se obligaba a la Administración catalana a indemnizar con 3.000 euros a la familia de una niña que no había sido escolarizada en castellano cuando cursaba P4, o sea, en segundo año de educación infantil. El recurso en cuestión alegaba que a esa edad el aula y el patio, tanto monta, monta tanto. Que todo es educación, vaya, y que si a la niña el castellano no se le aparecía por ningún lado cuando estaba bajo techo, ya se le aparecería al aire libre, allí donde los instintos maternos –la lengua, entre ellos– se manifiestan sin cortapisas. Ante ello, el auto remite a una sentencia de julio de 2011 en la que, aparte de recordarse que la Administración no puede regular el uso de las lenguas en el tiempo libre de los alumnos, se afirma que no puede confundirse el horario lectivo con el tiempo de recreo, que son dos cosas distintas por más que ambas cumplan una función educativa.
Pues no. O, en todo caso, eso debía ser antes de la tragedia. O sea, de la revolución pedagógica. Desde el advenimiento de la LOGSE (1990), e incluso desde la LODE misma (1985), todo es educación y nada es enseñanza. Sobre todo en los niveles donde el maestro ejerce su ley. De resultas de ello, lo que los pedagogos llaman sin rubor alguno «segmento de ocio» y que el común de la gente conoce como «recreo» o como «patio», difiere más bien poco de lo que siempre se ha llamado «la clase». Es más, en Cataluña, ese batiburrillo educativo ha facilitado enormemente la generalización impositiva del monolingüismo en el conjunto del recinto escolar, recreo incluido, tal y como rezaba aquella circular del Departamento de 2004: «No basta con que toda la enseñanza se haga en catalán: debemos recuperar el patio, el pasillo, el entorno». Dados los precedentes, me parece muy bien que los autos y las sentencias vayan poniendo las cosas en su sitio. Pero que nadie se rasgue ahora las vestiduras. Hace mucho tiempo que el barco zozobra. Y es lícito imaginar que ya nada ni nadie podrá reflotarlo.
Pues no. O, en todo caso, eso debía ser antes de la tragedia. O sea, de la revolución pedagógica. Desde el advenimiento de la LOGSE (1990), e incluso desde la LODE misma (1985), todo es educación y nada es enseñanza. Sobre todo en los niveles donde el maestro ejerce su ley. De resultas de ello, lo que los pedagogos llaman sin rubor alguno «segmento de ocio» y que el común de la gente conoce como «recreo» o como «patio», difiere más bien poco de lo que siempre se ha llamado «la clase». Es más, en Cataluña, ese batiburrillo educativo ha facilitado enormemente la generalización impositiva del monolingüismo en el conjunto del recinto escolar, recreo incluido, tal y como rezaba aquella circular del Departamento de 2004: «No basta con que toda la enseñanza se haga en catalán: debemos recuperar el patio, el pasillo, el entorno». Dados los precedentes, me parece muy bien que los autos y las sentencias vayan poniendo las cosas en su sitio. Pero que nadie se rasgue ahora las vestiduras. Hace mucho tiempo que el barco zozobra. Y es lícito imaginar que ya nada ni nadie podrá reflotarlo.