El otro día El País se hacía eco en sus páginas de la queja de unos estudiantes de la Universidad de Oviedo que protestaban por haber sido expulsados de sus carreras sin previo aviso. Al parecer, no habían aprobado el número de créditos necesario en el plazo máximo de que disponían y nadie les había advertido, a la hora de matricularse, de las consecuencias que podía acarrear tal eventualidad. Pero más allá del hecho en sí, estaba una cifra: unos 30.000 alumnos de las universidades públicas españolas deben abandonar cada año sus estudios por no haber cumplido con los requisitos de permanencia previstos en cada uno de sus centros. Y hoy el propio periódico editorializa sobre el particular y califica de «magro» y «no (…) alarmante» el porcentaje que ello representa —un 3%— con respecto al total de alumnos matriculados en las universidades públicas españolas. Es posible que tenga razón. Un 3% de fracaso es casi insignificante si se compara, por ejemplo —como hace el propio periódico—, con el 30% que no obtiene el título de secundaria. Pero el problema no es este. El problema es el millón de españoles que cursan grados en nuestras universidades públicas. O el millón y medio, si sumamos a esa cantidad másteres y doctorados e incluimos en el cómputo a las privadas. Porque esa cifra es más o menos equivalente a la que se da en países de nuestro entorno como Francia y Alemania, donde la población, sobra precisarlo, es infinitamente mayor. Lo que habría que ajustar, pues, es ese millón y medio. Y ajustarlo, en este momento, es situarlo en unos parámetros mucho más parecidos a los que existen en Francia o Alemania con respecto al conjunto de la población. O sea, reducirlo, y de forma apreciable. Con pruebas de acceso —o con pruebas de salida del Bachillerato— mucho más rigurosas y selectivas y, por supuesto, con una apuesta decidida por una Formación Profesional que rebaje esos niveles de fracaso y abandono escolar que son el hazmerreír de la Unión Europea. Lo demás es engañarnos sobre lo que tenemos y engañar, sobre todo, a muchos jóvenes cuyas expectativas profesionales y de realización personal nada tienen que ver con la realidad.