Dudo que alguien lo haya formulado mejor: «Votemos para terminar con la democracia». Es verdad que el cantante Loquillo atribuye esa frase a las SA, las milicias del Partido Nacionalsocialista Alemán, y supongo yo que debe de situarla en el periodo inmediatamente anterior a las elecciones legislativas del 5 de marzo de 1933, que fue cuando los alemanes de la República de Weimar votaron por última vez y cuando probablemente también lo hizo Raimund Pretzel, o sea, Sebastian Haffner, a juzgar por lo narrado en «Historia de un alemán», el libro cuya lectura el propio Loquillo recomienda con vehemencia en la entrevista de la que está sacado el fragmento entrecomillado. (Puestos a ser precisos, y dado que disponemos del audio, las palabras del cantante fueron: «¿Qué decían las SA? “Terminemos con la democracia. Votemos para terminar con ella”».) Pero, por más que la frase quepa atribuirla a las SA y por más que Loquillo haya negado haberla pronunciado —y no es la primera ocasión en que se retracta olímpicamente de lo dicho— escudándose en un argumento tan peregrino como que él siempre se ha manifestado «a favor del derecho a decidir de los catalanes dentro de la legalidad», resulta difícil imaginar una formulación más certera de los propósitos del nacionalismo gobernante en Cataluña. Y no tanto por lo que pudiera ocurrir después del voto como por el voto en sí, por el hecho mismo de votar. En efecto, votar en una consulta como la prevista por el Gobierno de Artur Mas para el 9 de noviembre sería la forma más eficaz de terminar con la democracia. Esto es, de acabar con el Estado español tal como lo define la Constitución vigente. O, si lo prefieren, de negar al conjunto de los ciudadanos que lo integran su soberanía. Por eso el nacionalismo y, en especial, el más radical, está dispuesto a defender a capa y espada su presunto derecho al voto y a revestirlo encima con los linajes más democráticos. Y por eso los que no somos nacionalistas y nos sentimos españoles y demócratas debemos denunciar sin tapujos esa farsa. Porque la mera hipótesis de su celebración constituye ya por sí sola, para todos nosotros, un verdadero oprobio.

(ABC, 3 de mayo de 2014)