2. El voto de los españoles —y de muchos otros europeos, sin duda— ha sido un voto bilioso. Mucho cuidado, pues, con proyectarlo sobre el resto de las citas electorales. No digo que no marque tendencia, pero la gente se lo piensa bastante más en las generales, autonómicas o locales. Y, sobre todo, vota bastante más.
3. La prensa catalana está exultante con los resultados estrictamente autonómicos. Y con la participación. Más de diez puntos con respecto a las de 2009, exudan. Cierto. Pero esa participación apenas supera en dos puntos la media española. Y encima, tratándose como se trata de un aumento circunstancial, fruto de la movilización permanente del Movimiento Nacional, se me antoja una cifra más que discreta. Ni siquiera alcanza el cincuenta por ciento. Ni siquiera llega a la ya de por sí paupérrima participación en el referéndum por el Estatuto de 2006. En definitiva, y a pesar de las reiteradas proclamas europeístas, a la gran mayoría de los catalanes Europa se la suda.
4. La familia Maragall ha vuelto a sacar la esfinge. En esta ocasión ha sido para celebrar, en el hotel donde ERC festejaba su supuesta victoria electoral, el nuevo empleo en Estrasburgo del hermanísimo.
5. Así como los cuatro diputados de UPyD se daban como seguros, los dos de Ciudadanos han constituido una agradabilísima sorpresa. Y, en especial, el que más de dos tercios de los sufragios cosechados por la formación provengan del resto de España, o sea, no de Cataluña. Para rematar la faena ya sólo falta que esos cuatro + dos = seis que van a coincidir en Europa demuestren con hechos que las fuerzas a las que representan son uno y lo mismo.