Ha empezado la campaña para las elecciones al Parlamento Europeo del próximo 25 de mayo y la máxima preocupación de la clase política parece ser la abstención. O sea, el desistimiento ciudadano. Bien está, claro, que nuestros políticos se preocupen por la participación. Pero, por otro lado, mal andamos. Entre otras razones, porque ese desistimiento no es sólo electoral, sino también europeo. Cuando las vacas gordas, esto es, en cuantos comicios europeos se han celebrado hasta la fecha en España, la participación, ya de por sí discreta, no ha hecho otra cosa que bajar, pese a algún repunte circunstancial. Y en las dos últimas citas, las de 2004 y 2009, apenas ha alcanzado el 45%. Cierto es que la tendencia no es estrictamente española; en el conjunto de la Unión se da una evolución semejante —en este caso, sin ni siquiera repuntes—. De ahí que los pronósticos, ahora que han llegado las vacas flacas y amenazan encima con quedarse largo tiempo, no puedan ser más pesimistas. Y, aun así, no hay vida fuera de Europa. A lo sumo, una mala, una pésima vida. Europa ha sido, y es, nuestro ángel protector. En lo económico y en lo social, con sus fondos estructurales, que tanto han contribuido al progreso y al bienestar de los españoles, pero sobre todo en lo político —al fin y al cabo, lo político engloba todo lo demás—, con la apuesta por la unión, o sea, por la superación de los particularismos y las hostilidades a que tan afectos han sido en el pasado gran parte de sus ahora Estados miembros. Una superación que alcanza, como se ha demostrado recientemente con la respuesta a los intentos secesionistas del catalanismo rampante, el interior mismo de esos Estados. Sí, Europa es nuestro principal baluarte. Y las elecciones europeas, la única posibilidad para los ciudadanos españoles de votar en clave nacional, más allá, pues, de lo local, provincial y autonómico. Ahora sólo falta que en un futuro no muy lejano esa circunscripción única sea ya plenamente europea. En otras palabras: que usted y yo, querido lector, podamos votar a un candidato inglés, polaco, finlandés, alemán o rumano. O a uno español, por supuesto.(ABC, 10 de mayo de 2014)