No sé si es también su caso, pero yo, al levantarme, necesito encontrar las cosas —mis cosas, por supuesto— tal y como las dejé. A eso se le llama orden, aunque sea un orden particular. Cualquier alteración no prevista me sume en el desconcierto. Y, sobra añadirlo, soy incapaz de ponerme en marcha si antes no he recompuesto ese universo personal. Con el mundo exterior me ocurre otro tanto. No es que rechace los cambios, los movimientos, las transformaciones; el progreso, en una palabra. Faltaría más. Pero todas esas mudanzas deben ajustarse a un marco establecido —esto es, conocido y compartido—, deben encajar, mejor o peor, en él. Por eso no hay nada tan reconfortante para mí como levantarme y, una vez comprobado que en casa reina el orden, leer en la prensa digital que el Ayuntamiento de Garriguella (Gerona) ha sido condenado por pagar una cuota anual de 75,50 euros a la Asociación de Municipios Independentistas. Y que lo más probable es que a partir de ahora las condenas judiciales por dicho motivo se sucedan en lo tocante a otros municipios. Reconforta, insisto. Y algo parecido sucede cuando uno sigue leyendo y descubre que la sentencia recuerda que «autonomía no es soberanía». Menudo sosiego. La ley existe y hay quien la hace cumplir. Así las cosas, uno ya puede salir a la calle.