El sábado, al hablarles de la frase de Loquillo en su entrevista en
Abc —ya saben,
«Votemos para terminar con la democracia»— como ejemplo de lo que supondría la simple celebración de la consulta programada por Artur Mas para el próximo 9 de noviembre, aludí a la posterior retractación del cantante. Lo hice tras escuchar el audio de un fragmento de la entrevista que el propio periódico colgó en su edición digital y tras leer tres tuits en los que Loquillo aseguraba que con ello se «refería a la agresión de Pere Navarro» y «en ningún caso al derecho a decidir de los catalanes, del que siempre me he manifestado a favor dentro de la legalidad». No hace falta decir que bastaba y sobraba con semejante contraste para evidenciar la rectitud del personaje, inversamente proporcional a su estatura. Pero se me pasó escuchar otro audio, el de su entrevista en RAC1 con el periodista Jordi Basté, que Arcadi Espada había incorporado a
su inventario de pestilencias. Ahora lo he hecho y no salgo de mi asombro. ¿Cómo es posible que en una radio cualquiera, y con mayor motivo tratándose de una semipública —RAC1 pertenece al Grupo Godó, el mayor beneficiario de las ayudas de la Generalitat a los medios de comunicación catalanes—, pueda darse un interrogatorio de este tipo? Recordemos un simple fragmento de la parte introductoria. Habla Basté: «… pero, claro, hoy, pienso, este tío se ha pasado de rosca. Este tío se ha vuelto loco. Este tío no puede decir esto, y no, no le tolero que diga esto. No se lo tolero, es que no se lo tolero. No te lo tolero, no te lo tolero». Y el acusado Loquillo negando lo dicho, autoinculpándose y pidiendo clemencia. Como en las grandes purgas soviéticas.
Si no fuera porque el caso tiene antecedentes, uno podría creer que ese tío —Jordi Basté, por supuesto— se ha vuelto loco. Pero su actitud no dista en absoluto de la que adoptan, con toda la naturalidad del mundo, otros correligionarios suyos. ¿Se acuerdan de aquella entrevista a tres —Rafel Nadal, José Antich, Pilar Rahola— con Albert Rivera
en la televisión del mismo grupo de comunicación? ¿Se acuerdan de los modos empleados por Rahola? Un tercer grado, lo llamaron algunos. Y no exageraban. Sólo que lo de Basté lo supera —acaso porque en esta ocasión el inculpado, lejos de rechazar firme y dignamente, como hizo Rivera, los cargos que se le imputaban, los aceptó compungido—. De ahí que haya que remontarse a los felices tiempos de la Barcelona preolímpica para encontrar algo similar. Me refiero a la famosa entrevista de
Àngel Casas a Javier Mariscal en TV3, en la que este último, sometido en los días anteriores a una campaña de prensa infernal a la que Casas no dio sino la última y definitiva estocada, acabó pidiendo perdón a todos los catalanes por haber llamado
enano —«es horrible, no mide más de 1,40»— a Jordi Pujol.
En eso ha devenido, después de tres décadas y media de autonomía rica y plena, el periodismo catalán. En un oficio financiado por el poder y caracterizado por los editoriales únicos, las columnas únicas y los interrogatorios de tercer grado. Igual que en Cuba, vaya, pero sin apenas cubanos.