Sostiene Francesc Homs que en Cataluña no hay «crispación social». Que, como mucho, habría «tensión política». Una doble rebaja, pues. De intensidad —la crispación no sería, al cabo, sino simple tensión— y de alcance —en vez de afectar al cuerpo social en su conjunto, afectaría únicamente a la clase política—. Por supuesto, los hechos, y no sólo los más recientes, desmienten al campanudo ministro de Propaganda catalán. Existe crispación —lo que no impide que a veces pueda quedar en mera tensión—, y esa crispación sobrepasa con creces el campo de la política. Pero Homs no se ha conformado con esta rebaja. También ha dicho que las causas de la crispación que él ve como tensión son muchas. Que no todo es culpa del pleito soberanista, en una palabra. Y de la chistera se ha sacado los recortes sociales, la prohibición de las corridas de toros, la ley del aborto y hasta cuestiones relacionadas con el medio ambiente. Fantástico. Ahora ya sólo falta que explique por qué esas descerebradas cincuentonas que andan sueltas por los pueblos y ciudades de Cataluña la emprenden con los políticos del PSC y del PP a puñetazo y empujón limpios y al grito de «¡Hijo de puta!» y «¡Facha!», en vez de arremeter con parecido furor contra los propios gobernantes autonómicos —pongamos que un Artur Mas o un Oriol Junqueras—, causantes, en definitiva, de esos recortes y esas prohibiciones y adalides de cuantos pleitos soberanistas «es fan i es desfan».