Ayer al mediodía el primer secretario del PSC, Pere Navarro, fue agredido por una señora de 50 años —de mediana edad, la califican algunos medios— cuando se disponía a asistir a la primera comunión de un familiar en la Catedral de Tarrasa. «Tu ets un fill de puta!», parece que le soltó la agresora antes de propinarle un puñetazo en la cara. Dado que la mujer no ha prestado declaración y ni siquiera ha sido identificada —el propio Navarro pidió a sus familiares que la dejaran irse justo después de la agresión— resulta imposible saber a estas alturas si se trata de una independentista ferviente, de una perturbada, o de todo a la vez, esto es, de una independentista ferviente y perturbada. En todo caso, lo más sorprendente son algunas de las reacciones que ya han transcendido. No me refiero ahora a las condenas, tan manidas —e inútiles, por desgracia—, sino a las palabras de quienes se afanan por desvincular el incidente de la transición nacional en la que se han metido el presidente Mas y sus leales. Hombre, no digo yo que sea imposible, en tiempos de paz social, imaginar a una perturbada cincuentona arreándole al líder de los socialistas catalanes, pero convendrán conmigo en que la demonización del personaje por parte de Raholas, Barbetas y otras celebrities del star system mediático nacionalista habrá contribuido lo suyo a orientar ese puño hacia su objetivo. Aunque la más relevante, entre las reacciones, es la del ínclito Josep Turull, todavía no repuesto de su éxtasis oratorio en las Cortes Españolas. Tras condenar rotundamente la agresión, Turull ha pedido que «nadie quiera convertir un hecho puntual en categoría». Según él, vamos, se trata de una simple anécdota y no procede ir más allá. Lástima que no se aplique el cuento a sí mismo. Y es que, si bien se mira, ¿qué es el nacionalismo sino el afán de convertir una simple anécdota en categoría?