Creo que es absolutamente imposible que exista en la tierra (con excepción, naturalmente, de la horrenda región de Valencia), un lugar que haya producido nada tan abominable como lo que comúnmente se conoce como intelectuales castellanos y catalanes; estos últimos son verdaderos puercos, llevan los bigotes siempre llenos de verdadera y auténtica mierda, además la mayoría de ellos se limpian el culo con papel en lugar de enjabonarse el agujero comme il faut, como se hace en otros países, y los pelos de sus cojones y sobacos rezuman una infinidad purulenta de pequeños y furiosos «Mestre Millets» y «Àngel Guimeràs». A veces estos intelectuales se ofrecen corteses reuniones en honor de ellos mismos, y conceden recíprocamente que sus respectivas lenguas son muy hermosas y bailan danzas realmente fabulosas como la sardana, por ejemplo, que por sí misma bastaría para cubrir de oprobio y vergüenza un país entero si no fuera imposible, como ocurre en la región catalana, añadir un solo aspecto vergonzoso más a los que ya forman el paisaje, las ciudades, el clima, etcétera, de este innoble país.
En mi artículo de ayer en Crónica Global reproduje unas palabras de Salvador Dalí fechadas en octubre de 1930. Como ya advertí entonces, esas palabras forman parte de un pasaje más extenso, publicado en la revista Le Surréalisme au Service de la Revolution, donde el artista se despachaba a gusto con ese «innoble país» llamado Cataluña. Al escribir el artículo, me pareció que el pasaje entero era demasiado largo para lo que yo perseguía en aquel momento, y me conformé con extractar la parte final. Pero he aquí que ayer no pocos lectores —y cuando digo lectores digo sobre todo lectoras— se mostraron interesados en conocer la cita completa, acaso por aquello de que faltaba precisamente el fragmento donde Dalí empleaba los términos más crudos. Es, pues, con sumo gusto y como una suerte de servicio a la comunidad que reproduzco ahora el párrafo completo, sacado de la biografía que Ian Gibson dedicó al artista: