Es como un tormento chino. De tarde en tarde, algún medio anuncia que ya queda menos, que en los próximos días, seguro, tenemos sentencia. Y que, al parecer, piensan cortar esta parte, reducir esta otra y dejar tal cual la de más allá. Luego, el silencio. Y, al cabo de poco, vuelta a empezar. Llevamos así no sé cuantos meses. Y uno no es de piedra, claro. Sobre todo porque esta espera no está condimentada únicamente por el rumor, sino también por los constantes desagües del nacionalismo. Cada vez que el nacionalismo desagua, la ciénaga crece. Y esa crecida lleva aparejada una pestilencia insoportable.

Esta semana, por ejemplo —y dejo de lado, que conste, el último vertido del consejero Castells—. Primero fue ese novicio disfrazado de rey Gaspar que, nada más pisar tierra, aprovechó la presencia de las cámaras para aleccionar a las familias catalanas sobre el destino del carbón que traía. Su Majestad no lo dudó ni un segundo: «Cuatro o cinco jueces del Tribunal Constitucional». Por descontado, que sus palabras pudieran ser oídas por criaturas indefensas no constituyó para él ningún freno. Al contrario, debió de suponer un acicate. Hace ya mucho tiempo que nuestras instituciones —y en particular las municipales— convierten cualquier acto benéfico o festivo en una arenga ideológica. Todo sirve. Y la Cabalgata de Reyes, tan concurrida, radiada y retransmitida, muy especialmente.

Pero no fue sólo el rey Gaspar. También don José. De nuevo. Esta vez con una cartita. (Por cierto, mal escrita: cuando la ignorancia permite que el presidente de la Generalitat envíe misivas en catalán que apenas alcanzan el folio con tres gazapos gramaticales de padre y muy señor mío es que la institución, decididamente, ha entrado en barrena.) La cartita, sobra añadirlo, no tiene interés ninguno. Los mismos tópicos, los mismos lloros, los mismos amagos de rebelión. Pero, dado que se trata de un texto de agradecimiento, de agradecimiento a las más de doscientas entidades de toda laya que, a raíz de la publicación del editorial «pravdiano», proclamaron su apoyo incondicional al nuevo Estatuto de Autonomía, merece la pena detenerse, aunque sólo sea un momento, en lo ocurrido.

El objetivo es diáfano. Reforzar esa entelequia llamada «sociedad civil». O sea, insistir en la supuesta autonomía de todas esas entidades deportivas, académicas, empresariales, sindicales, eclesiásticas, profesionales o culturales con respecto al poder político. Y, en consecuencia, insistir en la intangibilidad de un texto legal que contaría con el aliento —a juzgar por la diversidad de los agradecimientos— de tirios y troyanos, esto es, de Cataluña entera. Poco importa que ese texto sólo recibiera en su día el apoyo de un tercio de los electores. Poco importa que el editorial de marras fuera elaborado por una prensa subvencionada hasta la náusea. Poco importa que la inmensa mayoría de esas entidades a las que ahora se agradecen los servicios prestados deban su existencia a la discrecionalidad del dinero público. Lo importante es aparentar lo que se aparenta e invitar a esas entidades a «fer pinya», con don José en el papel de «anxaneta».

Y, mientras, la ciénaga, creciendo.

ABC, 9 de enero de 2010.