Quien eso cuenta es Paulino Masip, director del vespertino La Voz. Y lo cuenta en un reportaje realizado a finales de junio de 1936, coincidiendo con los últimos días de la campaña del referéndum por el Estatuto de Autonomía de Galicia. Se trata, pues, de un viejo asunto. De un viejo asunto al que los lingüistas y los sociolingüistas han dedicado, con el tiempo, sesudos estudios. El problema de las lenguas hermanas, podríamos llamarlo. O el problema de la realidad, que para el caso es lo mismo. Porque lo normal es que dos hermanos se parezcan, que tengan mucho en común. Con las lenguas hermanas y en contacto ocurre otro tanto. Basta pisar la calle y poner la oreja para comprobarlo. Es decir, basta encomendarse a la realidad.
El problema surge cuando esa realidad no conviene. Cuando se sueña con un nuevo mundo, un mundo de hijos únicos, sin más contactos con el prójimo que los meramente furtivos. En una palabra, cuando se aspira a planificar el uso de las lenguas. Y hasta su desguace. Después de tres décadas de autonomía ininterrumpida, los nacionalismos periféricos siguen practicando inútilmente, lo mismo en Galicia que en otras partes de España, la ingeniería lingüística. En la administración, en la enseñanza, en los medios públicos. Sólo en periodos electorales, cuando está en juego algo más que la ficción, los políticos del lugar —los lugareños de la política— se dejan de tonterías y usan las lenguas con propiedad. En definitiva, se hacen entender. Lástima que ya no queden muchos periodistas dispuestos a narrarlo. Es decir, dispuestos a oír, ver y contar lo uno y lo otro.
Factual, 4 de diciembre de 2009.