A juzgar por las réplicas mediáticas del ligero temblor parlamentario de ayer por la tarde en el Congreso, a Rajoy se le fue la mano al decirle a Sánchez: «Ha sido usted patético». Por lo visto, un parlamentario no puede espetarle a otro que ha sido patético. Tal vez porque nadie parece advertir en el adjetivo su sentido recto, el único recogido en el DRAE, y sí en cambio uno derivado y que equivaldría a lastimoso o, mejor aún, a grotesco. Aun así. ¿puede espetarle el jefe del Gobierno al de la oposición que ha sido grotesco, esto es, ridículo? Por supuesto. No veo yo qué hay de malo en ello si este es su parecer. Sobra añadir que, con anterioridad, su interlocutor tampoco se había parado en barras al calificarle a él. Donde las dan las toman, sobre todo en un debate parlamentario. Pero lo más sorprendente de todo es que ningún medio repare en la pandemia patética que asola a nuestra clase política. En el sentido recto de la palabra, esta vez, que no es sino la antesala del usado ayer por Rajoy en su réplica a Sánchez. Hace unos días, en un magnífico artículo, Gabriel Tortella se preguntaba: «¿Cómo podríamos conseguir que los votantes, “en tiempo de desolación”, votaran con el cerebro y no con el hígado (que es la glándula que segrega la bilis)?». Y, claro está, no ofrecía respuesta alguna —no en vano, unas líneas antes había afirmado que «el rasgo definitorio del intelectual es la impotencia»—. Sin ánimo de enmendarle la plana —al fin y al cabo, yo también pertenezco, ay, a la cofradía impotente—, creo que algo ganaríamos si, en sus intervenciones públicas, nuestros políticos —y en especial quienes tienen o aspiran a tener la máxima responsabilidad de gobierno—, se dejaran de patetismos y usaran el cerebro en vez del hígado. Que predicaran con el ejemplo, vaya. Así, quizá lograríamos, con el tiempo, que una buena parte de los votantes hiciera lo propio.

Patéticos

    25 de febrero de 2015