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Ese pobre Sacristán, oficiando de martillo de herejes ante la mirada complacida del presidente de la Generalitat y las risitas de conejo de sus cofrades. Algunos han visto en sus palabras —y, entre ellos, el consejero Mascarell, que hasta se creyó en la obligación de replicar— un llamamiento a la unidad de todos los españoles, catalanes incluidos. Nada más falso. Su llamamiento —como corresponde, por otra parte, a un comunista pata negra— va dirigido tan sólo a los de su clase. O sea, a la farándula. Esos sí deben estar unidos. Les va el negocio. Pero a los demás que les zurzan. Y, para cohesionar al grupo, nada como atizar al enemigo común, que para Sacristán y los de su clase no es otro que el Gobierno —de derechas— del Estado. La cultura de la queja, y de la ceja, en estado puro. Y, como corolario, esa permanente cobardía del gremio frente a la vileza del nacionalismo.