En 1925, a los 51 años, André Gide publicó la que él mismo consideraba su primera novela. Les faux-monnayeurs, se llamaba. O sea, Los falsificadores de moneda. La primera traducción al español de la obra apareció en 1970 en Seix Barral. Luego, en 2003, Ediciones El País sacó otra. Finalmente, en 2009, Alba Editorial publicó una tercera. Según resulta de los datos ofrecidos por la Agencia Española del ISBN, las tres se encuentran disponibles, si bien la primera en una reimpresión de 1985. Yo no he leído más que esta, en la primera edición de 1970. Ignoro, pues, qué diferencias habrá entre unas y otras. Excepto en un aspecto, claro. La más reciente, la de Alba, se titula Los falsificadores de moneda, mientras que las más antiguas llevan ambas por título Los monederos falsos. Y es que un monedero, según el DRAE, es, aparte de un saquillo donde meter las monedas, un fabricante de moneda. Otra cosa es que la palabra sea usada aún en esa acepción. Hoy en día cualquiera que acuñe moneda ilícitamente —o sea, cualquiera que la fabrique sin ser el Banco de España— será calificado de falsificador de moneda y no de monedero falso; de ahí el acierto de Alba y de su traductor al titular en pleno siglo XX su edición española de la obra—y el correspondiente desacierto, claro, de Ediciones El País y su traductor, que en 2003 todavía seguía con el monedero de marras en la portada—.
Pero, más allá de esas consideraciones, el que ambos títulos coexistan en el mercado para identificar en español esa deliciosa novela de Gide tiene también su lado positivo. En efecto: ¿qué mejor adjetivo que «falso» para referirse a otro monedero, de nombre Juan Carlos? ¿Qué mejor apelativo que «falsificador» para calificar al personaje? Y falsificador no sólo de la renta, sino también del currículo académico. Lo que en la obra de Gide remitía a un mundo de hipócritas, en el que, quién más, quién menos, todos hacían trampa, en la figura de Monedero, Juan Carlos, remite a un mundo semejante, el de los dirigentes de Podemos, en el que, de momento, el ex asesor de Hugo Chávez y presunto urdidor de una falsa moneda bolivariana se lleva sin duda la palma.