Esta semana, tras conocerse el resultado de la última encuesta del CIS sobre intención de voto en unas futuras elecciones generales, Arcadi Espada aludía en su blog a una «posibilidad democrática interesante: el aislamiento de Podéis». O, dicho de otro modo, a la alianza entre las cuatro fuerzas de ámbito nacional —PP, PSOE, UPyD y Ciutadans— que a estas alturas siguen defendiendo el orden constitucional y sumarían, según la estimación del CIS, casi el 60 por ciento del voto. Las alianzas son siempre complejas, aunque resulten mucho más fáciles «post» que «pre», por aquello de que el elector más reticente a verse mezclado con según qué siglas se ahorra al menos el mal trago de tener que votarlas. Y también, claro, por lo que podríamos llamar la fuerza de los hechos. Con los votos ya en el saco, y siempre y cuando esos votos hayan devengado escaños, cualquiera de esas cuatro fuerzas nacionales está en condiciones de saber qué necesita para gobernar o para impedir, cuando menos, que lo hagan otros —en nuestro caso, Podemos—. Porque entregar el Gobierno de la nación a una formación antisistema dispuesta aplicar, hasta donde le sea posible, un modelo comunista equivale a aceptar que nuestras libertades —tan costosamente recuperadas después de casi cuatro décadas de privaciones precedidas de una sangrante guerra civil— van a ser recortadas como lo han sido, por ejemplo, en Venezuela, régimen en el que se han curtido y del que han mamado los dirigentes de la formación. Pero es que, además, Podemos está llevando a cabo un proceso de absorción, una suerte de alianza por la brava, de todo lo que mueve o se movía con bandera propia a la izquierda del PSOE. O sea, en el mundo de los ismos más extremos. Tania Sánchez, la ex de Izquierda Unida, ha anunciado ya su intención de crear un nuevo partido de «unidad popular», que es como afirmar que va a integrarse dentro de nada en Podemos. Dios los cría y ellos se juntan, ciertamente —si bien aquí se dan también otras uniones—. Y, mientras, el resto de las fuerzas políticas se van comportando como si lo que estuviera en juego fuera tan sólo el discurrir de una legislatura y no la democracia misma.

(ABC, 7 de febrero de 2015)

Uniones y desuniones

    7 de febrero de 2015