Es verdad que esa clase de comisiones depara a veces alguna anécdota relevante, aunque sólo sea por la catadura de quien la protagoniza y no necesariamente como compareciente. Por no movernos de Cataluña y de su Parlamento, seguro que recuerdan la del diputado Fernàndez y su sandalia, el día en que le tocó explicarse a Rodrigo Rato en calidad de expresidente de Bankia. Claro que anteayer una actuación de este tipo resultaba de todo punto improbable: de una parte, por los lazos existentes entre el diputado de la CUP y el compareciente a juzgar por el famoso abrazo del 9-N; de otra, porque era el propio Fernàndez quien presidía la comisión y no le correspondía, pues, preguntarle al protagonista. Sólo moderar y dar la palabra —lo que hizo, por cierto, con el talante tabernero que le caracteriza, esto es, mandando a la oposición al bar de la Cámara a seguir con sus protestas—.
Pero, más allá de los casos mencionados y de algún que otro rifirrafe dialéctico en que el compareciente puede perder los papeles, los actores principales suelen salir indemnes de esos trances. O sea, sin haber reconocido responsabilidad alguna en los hechos investigados ni haber aportado explicación alguna a los requerimientos de los diputados presentes. Me dirán, y no les faltará razón, que lo que cuenta en realidad no es lo que se saque en claro, sino la imagen ofrecida. Y, sobre todo, la imagen registrada y transmitida. En efecto, lo que cuenta y contará es que por primera vez en los anales parlamentarios un presidente de la Generalitat en ejercicio tuvo que responder a las preguntas de una comisión de investigación. ¿Y?
Lejos estamos aquí de los métodos empleados en los procedimientos judiciales. Para entendernos: aquí no hay instrucción ni el consiguiente acopio de pruebas. Y, por supuesto, aquí no hay fiscal. Los portavoces de la oposición —que son, a fin de cuentas, los que deberían ejercer esa labor— se limitan a preguntar sobre aquello que constituye una preocupación más o menos general. ¿Sabía usted que…? ¿Intervino usted alguna vez en…? ¿Tuvo usted algún indicio de…? Pero esas preguntas no van acompañadas, por lo general, de pruebas concretas —más allá de lo publicado en los medios, y aún— que obliguen al compareciente a justificar sus actos sin salirse por la tangente o le lleven incluso a escudarse en un silencio cómplice. Y eso que la mayoría de los parlamentarios son abogados de profesión o de carrera, lo que debería servirles, cuando menos, para preparar sus intervenciones con un mínimo de rigor. No es el caso. De ahí que a los demás mortales no nos quede más remedio que conformarnos con la noticia —debida a la aparente laxitud del compareciente y no a un apremio fiscalizador— de que Artur Mas, a imagen y semejanza de su padre político, no veía inmoralidad alguna en ejercer un cargo público y tener un padre biológico evasor. Dispuso de un par de décadas para convencer a su progenitor de arreglar el asunto y nada hizo. De acuerdo, él no era más que uno de los herederos de la cantidad evadida. ¿Pero quién nos garantiza que, de no haberse descubierto en 2008 el pastel, Mas no se habría comportado como se comportó Pujol con el dinero que supuestamente le legó su padre?
(Crónica Global)