Pero Rull ha llevado esa negritud mucho más lejos. Para él, la entrada de UPyD y Ciutadans en el grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa no habría sido posible de no mediar la larga y sucia mano negra a la que aludiera Sellarès la semana pasada. El objetivo de la operación, asegura el secretario convergente, no es otro que el de «intentar aislar el mundo soberanista catalán de las corrientes principales de la política europea». Tal vez. Demos por cierto incluso que esa mano negra existe y ha servido para lo que Rull dice que ha servido. Pues bien, ¿acaso no tenían derecho los diputados de UPyD y C’s a entrar en el grupo de los liberales europeos? ¿Acaso no tenían derecho esos liberales europeos a admitir en su grupo a seis nuevos eurodiputados españoles, lo que les permite, de paso, aumentar su influencia como grupo en el Parlamento Europeo? Añadan a lo anterior, como prueba de cargo, que CDC no tiene más que un representante en este grupo, dado que el representante de Unió, elegido en tercer lugar de la Coalición por Europa, se integra en el grupo del Partido Popular Europeo. ¿Qué vale uno contra seis, por más que este uno se arrogue el haber ganado en estos años «unas posiciones muy claras de la familia liberal»?
En el fondo, el problema al que se enfrenta CDC en Europa es el de la contestación. O, si lo prefieren, el de la convivencia. No con esos liberales con los que sin duda se ha llevado hasta la fecha la mar de bien y a los que ha contado eso que en Cataluña llaman «sopars de duro» y que vienen a ser como una suerte de fanfarronadas —nacionales, por supuesto—, sino con los que la conocen bien, con los que le plantan cara y le cantan las cuarenta, con los que no le van a dejar pasar ni una. Entre otras cosas, porque ahora son más y no están dispuestos a pagar ningún peaje —como sí lo han pagado durante años, en España y aun siendo muchísimos más, los dos principales partidos gobernantes—. Y quien dice contestación y convivencia, dice realidad. Rull lo llama mano negra, pero resulta difícil encontrar algo tan claro, tan evidente, con una explicación tan palmaria. Y lo mismo puede afirmarse en relación con los casos antes citados. Tanto el de Oriol Pujol como el del alcalde de Torredembarra no esconden sino la presumible comisión de un delito y la consiguiente obligación de rendir cuentas ante la justicia.
Nos aguardan, pues, unos meses en los que la mano negra aparecerá a menudo. Habrá que armarse de paciencia. Y, sobre todo, habrá que consolarse pensando que bajo esa mano negra no hay más que las vergüenzas y los fracasos del nacionalismo.
(Crónica Global)