Pero dudo mucho que el grado de flexibilidad anunciado por Mas llegue a tanto. Sea como sea, lo importante, insisto, es el voto. Y no únicamente para el presidente de la Generalitat; también para sus subalternos y asociados. Anteayer, a raíz de la presentación en Madrid del Manifiesto de los libres e iguales, los portavoces de ERC y CIU en el Parlamento catalán, lejos de discutir el sentido del documento y las propuestas en él contenidas, apelaron a la presunta incompatibilidad entre la condición de intelectual y la "actitud antidemocrática", el primero, o directamente al "miedo a la democracia" de los firmantes, el segundo. No hace falta indicar que por democracia esos preclaros representantes de la voluntad popular catalana entienden tan sólo el ejercicio del derecho al voto de sus congéneres regionales. Y sobra añadir que ese mismo derecho que ellos reclaman para sí se lo niegan, en lo que a sus asuntos atañe, al resto de los españoles.
Para el nacionalismo catalán, la reivindicación del voto -es decir, del llamado "derecho a decidir" y la consiguiente consulta- se ha convertido en algo lisérgico. Permite a los adeptos huir de la realidad y sus conflictos para refugiarse en el paraíso artificial de la independencia y el Estado propio; facilita una visión deformada de las cosas, con lo que semejante distorsión suele traer consigo -para entendernos: el adepto cree estar transitando por una verde e inconmensurable llanura y resulta que tiene ante sí un precipicio-, y sume al interfecto en un estado de placidez balsámica. Ah, y lo que es peor, al igual que aquel LSD de nuestra juventud -ignoro cómo andará ahora la cosa-, crea adicción. El problema, ya lo adivinan, es la vuelta a la realidad. Cuando no el mal viaje, que muchas veces, por desgracia, no tiene retorno. En fin, no sé hasta qué punto esta gente está en condiciones de razonar. Pero, en todo caso, avisados quedan.
(Crónica Global)