El presidente Mas aprovechó ayer el acto de posesión de los nuevos miembros de la
Comisión Jurídica Asesora, órgano consultivo del Gobierno de la Generalitat de Cataluña, para reclamar «la máxima capacidad de hacer las cosas de acuerdo con los marcos legales y las interpretaciones flexibles que siempre se deben proporcionar». Se trata, a simple vista, de una reclamación irreprochable. Todo político debe actuar dentro del marco que fija la ley y debe contar para ello con un mínimo de flexibilidad en la interpretación de sus normas y preceptos. Es lo que ha ocurrido, sin ir más lejos, con la llamada «doctrina del Constitucional», hecha de sucesivas sentencias en las que los miembros del Alto Tribunal han ido incorporando a la interpretación de la Carta Magna cuantas precisiones y apreciaciones han creído convenientes. Pero, claro, sin modificar el marco, o sea, la letra de la Constitución, que de momento sigue siendo la misma que cuando se promulgó —si se exceptúan las dos minirreformas, ampliamente consensuadas, de 1992 y 2011—. Entre otros motivos, porque el marco legal es ni más ni menos que la ley, esto es, las reglas convivenciales de mayor rango vigentes en este país porque así lo quisieron y lo han seguido queriendo la inmensa mayoría de sus ciudadanos.
Sin embargo, todo indica que la reclamación de Mas no va en este sentido. Para él, lo interpretable no es el contenido del marco —labor que compete por entero al Constitucional y constituye, al cabo, su razón de ser—, sino el marco mismo. Y, por interpretable, flexible. Lo que equivale a exigir, en resumidas cuentas, la máxima flexibilidad para encajar en ese marco maleable la tan manida consulta. Y por si alguien duda aún de las intenciones del Quijote catalán, ahí están las palabras groseramente llanas de su fiel escudero: «La Constitución española no pone límites a su propia reforma, lo que implica que cualquier planteamiento político es legal, y cuando algunos hablan de líneas rojas, Constitución en mano, esto no es posible, porque tiene que poder debatirse sobre todo».
Aunque, bien mirado, lo que ese par reclaman, más que un marco maleable, es un marco constitucional tan fundible como el reloj de Camembert de Dalí.