En su Quinta de hoy en Abc, Esperanza Aguirre recuerda sus tiempos de ministra de Educación y Cultura en los primeros gobiernos de José María Aznar, y, en concreto, su intento de reforma de la enseñanza de las humanidades en España, que tanto prometía y que finalmente quedó en nada por el contundente rechazo de los nacionalismos —recuérdese que por entonces el PP gobernaba en España gracias a Pujol—, al que se unió el siempre oportuno respaldo de la izquierda toda, socialista y comunista. Aquel fracaso y otros que le sucedieron, como la malograda LOCE, han permitido que en los últimos quince años se haya continuado enseñando en las aulas españolas —y muy en particular en las de aquellos territorios donde manda el nacionalismo— un remedo de historia del arte y de la cultura y de historia a secas que poco o nada tiene que ver con lo sucedido en España en el pasado milenio. Pero no todo ha sido burda manipulación. También ha habido, en una dosis considerable, pura omisión. Y es que el sistema de enseñanza nacido con la LOGSE y perpetuado con la LOE —y mucho me temo que también con la LOMCE— es un sistema estrictamente presentista, negador del pasado y de toda transmisión del conocimiento. Un sistema en el que importa, por encima de cualquier cosa, la adaptación al mundo en que vivimos, tan poco proclive a la continuidad, al esfuerzo intelectual y al pensamiento crítico y tan indiferente o incluso irrespetuoso con la edad, la experiencia y el paso del tiempo. Todos estos valores, propios del pasado, de la tradición, de lo que podríamos llamar nuestra herencia cultural o, si lo prefieren, la historia, nuestra historia, ya no cotizan lo más mínimo. Lo que hoy se lleva es la instantaneidad, la fragmentación, la futilidad; lo nuevo e inmediatamente caduco, en una palabra. Lo que no tiene ni tendrá historia.