Dice Artur Mas que, entre 2007 y 2012, medio millón de personas que no tenían el catalán como lengua habitual pasaron a tenerlo. Esto significa que la población catalanohablante ha crecido en cinco años una barbaridad. Según la encuesta de usos lingüísticos realizada en 2008, había en Cataluña 2.196.000 personas cuya lengua habitual era el catalán, 2.830.000 que empleaban por lo común el castellano y 735.000 que utilizaban indistintamente ambos idiomas, lo que suponía unos porcentajes de población del 35,6, el 45,9 y el 11,9, respectivamente. En el mejor de los casos, o sea, sumando el tercer grupo al primero, se habría producido, pues, un aumento de algo más del 17%. ¿Espectacular, no? Por supuesto, hay muchas formas de llegar a la dulce y amniótica condición de catalanohablante en Cataluña. Está la necesidad, o sea, la convicción de que el ascenso social pasa por el manejo del idioma «propio». Está también la solidaridad, esto es, la voluntad de acercarse a ese pobre pueblo oprimido por la España malhechora. Está aún el roce, el cariño, o sea, aquel territorio donde toda lengua es bienvenida. Y está, claro, la escuela, esto es, la obligatoriedad. Aunque no sabemos qué porcentaje corresponde a cada una de estas modalidades, convendrán conmigo en que la última debe de rondar, como mínimo, el 95%. Lo que nos lleva a preguntarnos qué significa «lengua habitual». Porque si el concepto atañe al idioma que hablamos de forma regular un número suficiente de horas, todos los catalanes menores de 16 años, o sea, todos los que están sujetos a la enseñanza obligatoria, son catalanohablantes, por más que en casa y en la calle hablen chino. El problema es que un porcentaje altísimo deja de serlo, al menos de modo habitual, a partir de los 16. De lo contrario, ya les aseguro yo que, a este ritmo, en un par de décadas el castellano pasaba ser algo perfectamente residual en Cataluña.
Así las cosas, uno entiende que la Generalitat decida hacer caso omiso de las sentencias judiciales que le obligan a introducir el castellano como lengua vehicular de la enseñanza. A nadie le gusta tener que renunciar a las estadísticas. Y menos a un político.
(ABC, 1 de febrero de 2014)