Los comentaristas de eso que algunos catalanes llamamos el resto de España están muy pero que muy preocupados con lo que puede ocurrir en Cataluña –y, lógicamente, en el conjunto de España– a partir del próximo 11 de septiembre. A medida que se acerca la fecha y van sucediéndose las noticias relacionadas con el acto magno convocado para entonces, sus análisis se vuelven más y más pesimistas. Por supuesto, no seré yo quien afirme que no existen motivos de preocupación. Pero, al contrario de lo que opinan tan dignas y respetables plumas, no creo que estemos peor que hace un año. Ese eje humano del litoral que se propone remedar la Cadena Báltica que millón y medio de ciudadanos de Estonia, Letonia y Lituania armaron entre Tallin y Vilnus el 23 de agosto de 1989, cuando se cumplía medio siglo del pacto Molotov-Ribbentrop, para reclamar «la abolición de los últimos dominios coloniales de Europa», no sólo constituye una farsa en términos históricos, sino que pone asimismo de manifiesto el miedo del nacionalismo radical a cosechar un sonado fracaso. Porque, cuando uno presume de haber sacado a la calle entre millón y millón y medio de patriotas –que es lo que la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y los paniaguados medios de comunicación catalanes aseguraron haber congregado el pasado 11 de septiembre–, no debería conformarse, al cabo de un año, con reunir sólo 400.000 –eso, en caso de alcanzar la cifra, que de momento la cadena se rompe a medida que va acercándose, ¡ay!, al resto de España–. A no ser, claro, que el número real de asistentes a la manifestación del 11 de septiembre de 2012 fuera, a lo sumo, de 400.000, con lo que estaríamos más o menos en las mismas. Por otro lado, la postura del Gobierno de la Generalitat, renuente a mezclarse, como tal gobierno, en la movilización programada, y renuente especialmente a mezclar, tras el fiasco del cartel electoral, la figura del propio Artur Mas con la voluntad del pueblo en marcha, indica que no las tiene todas consigo. De una fecha a otra, lo único que ha cambiado es la recepción que el presidente de la Generalitat ofrece a los convocantes. El año pasado esperó a ver qué pasaba con la manifestación para recibirlos. Este año, los recibirá el mismo día y antes de que se encadenen. Ventajas de conocer ya la cifra. Y, en fin, añadan a todo lo anterior lo que decíamos ayer y anteayer sobre la rebaja anunciada por el secretario de organización de Convergència en el umbral de participación en una hipotética consulta para que el resultado sea legítimo y representativo. Así las cosas, yo no sé a ustedes, pero a mí me da la impresión de que tampoco estamos tan mal.