Tomàs Gallart, uno de los personajes de la tertulia del Centro Fraternal de Palafrugell recreada por Josep Pla en «El cuaderno gris», decía que los banqueros son unos señores que nos dejan el paraguas cuando hace sol. Sobre lo que hacen esos mismos señores cuando llueve, Gallart no era tan rotundo: en esa circunstancia, decía, es un poco más difícil que nos lo dejen.

Cierto. Y, con la que está cayendo en España desde hace año y medio, ya no es que sea un poco más difícil, es que no hay manera. Y, si no, que se lo pregunten a todos los ciudadanos que han acudido en los últimos tiempos a una entidad bancaria en busca de ayuda y han obtenido, al solicitar el correspondiente paraguas, una negativa como respuesta. ¿Agotadas las existencias, quizá? En absoluto. Sólo que los prestamistas no están dispuestos a dejar más paraguas hasta que no les hayan devuelto los que dejaron cuando hacía sol.

Así las cosas, a nadie debería extrañar que la gente aguce el ingenio. Y que, a falta de bancos tradicionales en que confiar, se invente unos nuevos. O los resucite, para ser exactos. Me refiero a los bancos de tiempo, cuyos orígenes se remontan al anarquismo decimonónico y donde el valor de cambio ya no es el dinero, siempre sujeto a las oscilaciones del mercado y a la laminación interesada de las propias entidades bancarias, sino el tiempo que uno emplea en realizar una actividad cualquiera. Algo así como tanto tardas, tanto vales, y ello con independencia de lo que hayas estado haciendo y de lo que haya estado haciendo la persona que va a intercambiar contigo el producto de su trabajo.

Con todo, los bancos de tiempo actuales responden a un modelo más laxo que el tradicional. Por ejemplo, incluyen el trueque puro y simple de bienes y servicios, con independencia de cuál sea su valor, económico o temporal. Lo único importante es el principio de necesidad: yo poseo o puedo procurarte algo que tú precisas y, como tú posees o puedes procurarme algo que yo preciso, pues lo intercambiamos y tan contentos. Y hasta promueven soluciones híbridas, como las consistentes en animar a unas cuantas familias a asociarse y comprar a mitad de precio determinados artículos tratando directamente con sus productores o fabricantes y saltándose, en consecuencia, a los intermediarios.

De ahí, sin duda, que en las grandes ciudades esos bancos hayan contado desde el primer momento con el apoyo de los ayuntamientos de izquierda. Y es que, aunque a muy pequeña escala, hacen realidad el sueño igualitario de los revolucionarios de antaño: una sociedad sin clases, sin pobres y ricos, sin dinero. O, si lo prefieren, sin lluvia, que es como decir sin necesidad de paraguas.

ABC, 1 de noviembre de 2009.

El tiempo es oro

    1 de noviembre de 2009