Así las cosas, no es de extrañar que el Gobierno de Don José se halle en un aprieto. En fin, quienes se hallan en un aprieto, más incluso que el Gobierno, son Don José y su partido. Por un lado está el interés del PSOE en pasar página. Por otro, el de los socios del PSC en el tripartito, y muy en especial el de los irredentos republicanos, en convertir un posible veredicto desfavorable en una suerte de «casus belli». Sin olvidar, claro, a la Convergència de Mas, siempre al acecho y fortalecida en los últimos tiempos por las expectativas demoscópicas. Y sin olvidar tampoco, qué le vamos a hacer, a ese Laporta en busca de trabajo, dispuesto a encabezar lo que le echen. No, no pintan bien las cosas para Don José.
Eso sí, le queda un recurso. Encomendarse a Jordi Pujol y a su experiencia. Y es que el ex presidente, de quien tanto se valoraba no hace mucho la reserva y la discreción —sobre todo, decían, en comparación con los otros ex—, no cesa de pronunciarse urbi et orbi sobre las consecuencias de un fallo que lamine los contenidos del Estatuto. Lo que significa que sigue fiel a su costumbre de dar consejos a los catalanes. Según él, hay que acatar la sentencia, «porque, si no, nos enviarán a la Guardia Civil». Pero acatarla no significa aceptarla. «En su fuero interno», todo catalán debería, a su juicio, rechazarla. Y no sólo en el interno. También proclamándolo bien alto. E increpando incluso a los miembros de ese Tribunal al que Pujol tanto quería cuando le daba la razón y al que tanto desprecia ahora que todo indica que no se la da.
O sea, «tranquil, José, tranquil», que, de momento, no es la Guardia Civil.
ABC, 21 de noviembre de 2009.