Desde que el consenso político lo ha elevado a la presidencia de RTVE, ese hombre de 81 años cumplidos ha sido designado por más de un medio y por más de un columnista con el venerable apelativo reservado antiguamente a los senadores. No hay duda que el aspecto habrá ayudado. Y hasta el talante. Pero, aun así, lo decisivo ha sido la edad. Mejor dicho, la voluntad de enmascararla. No es lo mismo un sénior que un anciano, por muy augusto que pueda ser el segundo. Ni que un viejo, claro. Por eso las asociaciones de jubilados españolas que reivindican un papel activo en la sociedad no se identifican a sí mismas como asociaciones de viejos o ancianos, sino como asociaciones de séniors. Quiérase o no, el nombre hace la cosa.
Y, sin embargo, Alberto Oliart es un viejo. Un viejo consumado. Su edad se halla incluso muy por encima de la esperanza de vida de los varones españoles, que, según datos de Eurostat, era de 77,76 años en 2007 —la de las hembras era considerablemente superior: 84,33, la más alta de Europa—. Pero esa circunstancia personal no tiene por qué ser obstáculo, como los hechos se han encargado de demostrar, para que ocupe un cargo de responsabilidad. Y para que llegue a ejercerlo a plena satisfacción de quienes lo han elegido y, en especial, del conjunto de los contribuyentes, que son los que sufragan en gran medida, con sus impuestos, los medios de comunicación públicos.
Y no sólo eso. El que una persona de la edad de Oliart vaya a gestionar un ente de la edad de RTVE no deja de constituir, al cabo, un ejercicio de coherencia. Si el hombre es viejo, el ente no le anda a la zaga. Aunque, eso sí, en este terreno hay algo que les distingue, algo importante: así como el primero, lo mismo que cualquier ser humano, tiene los días contados, el segundo no parece tenerlos, por más que en los últimos tiempos se haya visto obligado a recortar un tanto su figura. Lo cual, sobra decirlo, es una lástima. Sobre todo en lo tocante a la televisión pública, esa rémora costosísima de la que ningún gobierno desea, en el fondo, prescindir.
Ojalá la presencia de Oliart al frente del organismo sirva de acicate. Claro que también podría suceder, por qué no, que la osmosis se diera en sentido contrario.
ABC, 22 de noviembre de 2009.