Lo primero, claro, es el nombre. Que si Pedro, que si Pere. Luego está el ordinal. Que si tercero, que si segundo. Todo depende, al cabo, de si tomamos como referencia la Casa de Aragón o de si optamos, por el contrario, por la de Barcelona. Pero no se hagan ilusiones. Aunque la historia permita la libre elección entre una y otra dinastía, y aunque la Corona sea conocida, mayormente, por el nombre de Aragón, el rey, o lo que quede de él, es de Cataluña. No de la de entonces, claro, sino de la actual. Como en tantas otras cuestiones, lo que priva aquí es el territorio. Quien lo gestiona, quien lo explota. Y, en nuestro Estado de las Autonomías, ese trozo de tierra en el que yacen los restos del hijo de Jaime el Conquistador no tiene hoy otro dueño, otro titular, que el Gobierno de la Generalitat.

Lo cual da que pensar. Sobre todo porque el estudio practicado en el sarcófago del monasterio de Santes Creus ha revelado que lo que allí se conserva no es polvo real, como se suponía, sino una real momia. Sí, unos despojos embalsamados, intactos. Y susceptibles, por tanto, de ser analizados hasta la náusea. O sea, hasta el ADN. No sé si reparan en lo que esto significa. Una vez en posesión de la información genética del rey, y con algo de paciencia, se puede ir reconstruyendo su línea sucesoria. No la que fue; la que podía haber sido. Voluntarios para someterse a un examen no faltarán, seguro. El problema es que esa clase de experimentos se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban. Total, que los republicanos de toda laya que hoy gobiernan en Cataluña ya pueden irse preparando. Si no me fallan las cuentas, Pere IV, o Pedro V, está al caer.

ABC, 27 de noviembre de 2009.

Una real momia

    27 de noviembre de 2009