En periodismo, el oficio de editorialista es de los más complejos. Uno debe olvidarse, por un momento, de su yo y ponerse el yo del periódico. ¿Un simple cambio de chaqueta? No, no crean. Se trata más bien de ponerse una chaqueta encima de otra, lo cual, sobra añadirlo, resulta a menudo bastante incómodo. No es sólo un problema de talla; es que uno no se mueve igual, pierde soltura, le cuesta expresarse. Pero, en fin, en eso consiste el oficio. Por supuesto, el mundo está lleno de excelentes editorialistas, de gente capaz de llevar ambas chaquetas, una encima de otra, con prestancia y dignidad. Y de quitarse, de vez en cuando, la segunda para escribir columnas, crónicas o reportajes. A pecho descubierto, como si dijéramos.

El mundo. El mundo, claro, no es Cataluña. O, mejor dicho, no es Catalunya, con «ny». Aquí los editorialistas, para ejercer de tales, no necesitan ponerse nada encima. Les basta y les sobra con el atuendo habitual. Sus editoriales, en este sentido, no difieren en modo alguno del resto de las piezas que alcanzan a escribir. Y lo que es peor: ni siquiera difieren de un medio a otro. No es de extrañar, pues, que las doce cabeceras con sede en la región resolvieran publicar, el pasado jueves, un texto único para rechazar un posible fallo del Constitucional contrario al Estatuto. Lo raro es que hayan tardado tanto. Y que no sigan con esa práctica cada día.

Por lo demás, las reacciones suscitadas por la publicación del editorial conjunto han estado a tono. Qué menos que eso. Catalunya es Catalunya, SL. Una sociedad limitada. Y enteramente subvencionada. Empezando por sus periódicos. No hay ni uno solo que no reciba dinero público. Y hasta se da la circunstancia de que uno de ellos tiene al propio Gobierno de la Generalitat como accionista. Y, si tomamos la palabra «prensa» en sentido lato —o sea, si metemos en el saco del concepto a todas las radios, televisiones y medios digitales radicados en nuestro querido noreste peninsular—, entonces la cantidad es de escándalo —sirvan, como ejemplo, los 26 millones de euros concedidos por le Gobierno autonómico entre 2005 y 2006—. Así las cosas, comprenderán que cualquier referencia a la libertad de prensa resulte cuando menos hilarante.

Cualquier referencia a la libertad de prensa y a la libertad a secas. Y es que el reparto de las dádivas no alcanza únicamente a los medios. También se beneficia de él la llamada sociedad civil, es decir, esa suma de entidades, asociaciones, empresas y fundaciones alimentadas por el poder autonómico y a las que ha faltado tiempo para adherirse en tromba al editorial de marras. Con todo, ninguna de esas entidades, asociaciones, empresas o fundaciones tiene como divisa la búsqueda de la verdad. Ninguna persigue objetivo tan noble. La prensa, sí. Para eso nació, para oponerse a cuantas arbitrariedades emanaran del poder. El pasado jueves quedó demostrado, por si alguien abrigaba todavía alguna duda, que en Catalunya, SL, no hay prensa; sólo voceros. Y así nos va.

ABC, 28 de noviembre de 2009.

La dignidad de la
prensa catalana

    28 de noviembre de 2009