Dentro de una semana, en eso que los nacionalistas catalanes llaman «España» y que no es propiamente, para cualquier catalán, sino «el resto de España», va a inaugurarse una exposición con una selección de obras de un pintor nacido en Cataluña en el último tercio del siglo XIX y cuya producción goza de un inagotable prestigio en el mundo entero. Como es natural, la muestra empezó a prepararse con tiempo. En esta clase de exposiciones, las piezas que hay que reunir suelen hallarse bastante dispersas, ya en museos, ya en manos de coleccionistas privados. Lograr la cesión de las primeras no ofrece mayores dificultades, por cuanto existen unos protocolos bien establecidos. Lograr la de las segundas, en cambio, ya resulta más dificultoso, aunque sólo sea porque la decisión está en manos de un particular. En uno y otro caso el desplazamiento de la obra exige la contratación de un seguro, que la gente del ramo denomina gráficamente «clavo a clavo». Se trata, qué duda cabe, de no correr ningún riesgo, ni durante el traslado, ni durante el montaje o desmontaje. Pues bien, cuando los comisarios de la exposición contactaron con los particulares catalanes poseedores de alguna obra del artista, se encontraron con la negativa como respuesta. Lo lamentaban, pero no estaban los tiempos como para correr riesgos innecesarios. ¿La crisis? Sí, pero no la económica; la política, la que el presidente de la Generalitat había provocado con su llamada a la secesión y la consiguiente convocatoria de unas elecciones autonómicas de carácter plebiscitario. A esos burgueses, la simple posibilidad de que la obra de su propiedad pudiera terminar exhibiéndose en un país extranjero y enemistado a muerte con una Cataluña flamantemente soberana debía de llenarles de pavor. ¿Y si el seguro contratado dejaba de tener validez? ¿Y si los depositarios, aprovechando la confusión, resolvían no devolver la pieza? Demasiada inseguridad jurídica. Nada, nada. Como dijo uno de aquellos santos del resto de España —santa Teresa de Ávila o san Ignacio de Loyola, a saber cuál de los dos—, en tiempos de tribulación, no hacer mudanza.